El Puente del Arzobispo es un municipio situado en el extremo occidental de la provincia de Toledo, asomado sobre una pequeña elevación a la ribera derecha del río Tajo, en el punto donde éste se adentra en la provincia de Cáceres.
Los primeros alfareros debieron instalarse en la localidad a finales del siglo XIV o principios del siglo XV, poco tiempo después del fin de las obras de construcción del puente que cruza el río Tajo. Ya fuera procedentes de Talavera de la Reina, de Toledo, o de ambos centros, el nacimiento de una nueva población convertida en zona de paso de ganados y peregrinos, y lugar de mercados y ferias, supondría un gran atractivo para los mercaderes y artesanos. Los condicionantes geográficos marcados por el propio río y la escasez de un término municipal que apenas posibilitaba la dedicación a la agricultura y la ganadería obligaron a los habitantes de la nueva población a buscar vías de desarrollo económico que se apartaban de las habituales en la zona, con la construcción de molinos, la dedicación a la pesca y la creación de tenerías, alfares y tejares.
Existió una producción alfarera de corte mudéjar, consolidada desde al menos la segunda mitad del siglo XV, que fue sustituida por una producción renacentista de loza sobrecubierta en la segunda mitad de la centuria siguiente, momento en el que ya son muy numerosos los puenteños dedicados a los trabajos del barro como alfareros, cantareros o tejeros.

Los ceramistas puenteños emigraron en fecha temprana a las Indias dentro de un movimiento potente que afectó a toda la comarca, provocado por la mala situación económica local y la demanda de artesanos en Ultramar. Es conocida la relación de los alfareros puenteños con el desarrollo de la loza mexicana de Puebla de los Ángeles, donde llegaron a tener un importante papel en la creación de talleres y en la elaboración de las ordenanzas regulatorias del oficio; así como su presencia en Perú en el último cuarto del siglo XVI.
Cabe hablar de un flujo permanente y recíproco de conocimientos entre Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo. Es muy probable que algunos artesanos talaveranos buscasen en la localidad un lugar más amable para ejercer su oficio, alejados de las férreas reglas del gremio de alfares de su ciudad, y que introdujesen las técnicas novedosas en una comunidad habituada de antiguo a la producción cerámica. Pero también es cierto que lo altos niveles de producción y calidad atestiguados en los testares puenteños muestran una capacidad similar a la talaverana a la hora de afrontar encargos de vajillas con series decorativas idénticas a las talaveranas.
Desde finales del siglo XVII, Puente se aleja del camino que había compartido hasta entonces con Talavera y experimenta con el óxido de cobre para crear un complemento a las producciones azules. Lo hace sin dejar de lado el azul cobalto y ofreciendo una especial respuesta al “terremoto” causado por la irrupción de la fábrica de Alcora, que se aleja de la ofrecida por la mayoría de los centros castellanos y andaluces. En lugar de crear series de imitación se apostó por un conjunto de series que suponen una auténtica renovación de los viejos motivos dominantes en el siglo XVII.

Aunque al comienzo del siglo XIX se tiene constancia de que gran parte de la población se dedicaba a la cerámica, la Guerra de la Independencia provocó la destrucción de la mayor parte de los alfares y un radical descenso de la producción. A lo largo de ese siglo se produce una transformación importante de los talleres: algunos se trocean y venden como viviendas, otros se unen para crear un gran negocio y varios pasan a manos de foráneos o de personas sin vinculación al oficio. De los 13 alfares existentes en 1752 se pasa a 3 a principios del siglo XX.

A finales del siglo XIX los cacharreros se interesan por los decadentes alfares y se hacen cargo de los pocos que siguen en uso. Asistimos de este modo a una interesante evolución de las producciones que une la alta capacidad técnica de los cacharreros en el torno con su escasa preparación para las tareas de decoración de las piezas. El resultado es una renovación del catálogo de piezas en el que las vajillas convencionales dejan paso a los cántaros, alcuzas, parras, botijos y platos acuencados de diferentes tamaños, que se decoran con esmaltes pobres en estaño y con motivos rápidos, aunque estéticamente efectivos, o dibujos que rozan lo grotesco.
A partir de la apertura de la fábrica de cerámica Santa Catalina en 1941 se vive un nuevo impulso que viene de la mano de un selecto grupo de pintores talaveranos liderados por Francisco Arroyo. La “invención” de la cerámica puenteña se sirve en forma de catálogos, producciones muy cuidadas que buscan en el verde la excusa infundada de la antigüedad, y en la sencillez y limpieza del dibujo el carácter de cerámica “popular” que ha perdurado hasta nuestros días. Nuevos talleres abren tímidamente en la posguerra y se adhieren al movimiento de Pedro de la Cal y Francisco Arroyo, que incluye la elaboración de series inspiradas en Manises e incluso en el calco de las series verdes de Teruel. Con la electrificación del oficio, a partir de los años 70 del siglo XX, quedan olvidadas las limitaciones de espacio y control de humos, por lo que la práctica totalidad del pueblo se convierte en zona apta para la apertura de nuevos negocios.
El libro ¨La cerámica de El Puente del Arzobispo¨, incluye una completa cartografía con la ubicación de los alfares, cacharrerías y tejares desde el siglo XVI hasta la actualidad. La superposición de los planos permite obtener un relato de la evolución productiva de la localidad y de la pervivencia, transformación o desaparición de los lugares de producción. También posibilita contar con una información certera sobre las dimensiones de los talleres y los procesos de concentración-dispersión de los artesanos.

Se pone a disposición del lector un amplio repertorio de los trabajadores de la cerámica y de los propietarios de alfares, cacharrerías y tejares desde el siglo XVI hasta la actualidad. Cerca de cuatrocientos nombres que permiten apreciar la pujanza del oficio, el peso económico de los oficios del barro, desliar la compleja madeja de las diferentes dinastías de ceramistas y conocer aspectos como su vinculación profesional a la cerámica, familia, propiedades o posición social.
Se aporta nueva documentación sobre los hornos de leña, como la elaboración de un plano de dispersión y la descripción de la construcción de estos hornos a partir de la observación directa y de los datos facilitados por los propios artesanos. Se abunda en la explicación del uso de las cobijas y atifles y se identifican las principales patologías de los defectos de cocción o desechos de alfar. El estudio de los materiales arqueológicos prueba la perduración del sistema de cochura del vidriado con cobijas y atifles hasta la llegada de los hornos de gas y eléctricos, constatándose que los procesos artesanales para la elaboración de la cerámica apenas sufrieron cambios desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX.

Gran parte del libro se centra en el estudio de los materiales procedentes de las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en el pueblo. Se ubican con certeza los yacimientos y se presenta una tipología amplia de las piezas. Por lo que respecta a la azulejería, el estudio demuestra que corrió paralela al resto de producciones, con la fabricación de azulejos de arista, renacentistas, revestimientos para edificios, placas devocionales, ladrillos decorados, cuadros o placas de cementerio.
Comprender el pasado es preciso para sentar una base firme sobre la que proyectar el futuro. La constatación de que las crisis fueron una constante a lo largo de la historia de la producción cerámica, las soluciones adoptadas para salir de ellas, o datos como el porcentaje de artesanos que podían vivir de esta dedicación, se han complementado con el estudio de la situación actual.
Hoy en día, el tejido empresarial de los artesanos de la cerámica es débil y se sostiene sobre autónomos que apenas generan contrataciones a terceros, limitándose en la mayoría de los casos al autoempleo. Los artesanos gestionan directamente sus negocios, añadiendo esa tarea a su labor profesional. Las altas y bajas en el régimen de la Seguridad Social son una realidad derivada de la irregularidad de los ingresos y de los altos costes de producción en relación con el beneficio neto obtenido.
El modelo de producción ha cambiado sustancialmente. De los tiempos en que las fábricas de cerámica realizaban todo el proceso hasta la venta final, se ha pasado a una fragmentación de los oficios. Dentro del pueblo hay un distribuidor de barro y colores, otro distribuidor de esmaltes, alfareros que elaboran el juaguete y pintores que lo decoran. Se puede hablar de la existencia de un ecosistema local complejo en el que los diferentes procesos de elaboración están disgregados, pero confluyen en la creación del producto final. Este sistema es sumamente frágil. Perdida la autonomía de la mayor parte de los artesanos, cualquier alteración en uno de los procesos puede poner en dificultades al resto. Hasta el momento, esta opción ha supuesto la supervivencia de la cerámica en la localidad. No obstante, se aprecia la existencia de un cuello de botella en la producción de los alfareros, saturados de trabajo.

Junto a especialistas que apuestan por la continuidad de los procesos artesanales e incluso por una vuelta a los orígenes del oficio, hay otros que consideran que la renovación debe ir enfocada hacia el empleo de métodos de producción semiindustriales, la investigación en altas temperaturas o diseños novedosos. Existe una clara dicotomía entre los artesanos que siguen haciendo la cerámica “tradicional” puenteña y aquellos que han roto con ella para encontrar su nicho de mercado. Predomina con claridad la demanda de productos utilitarios relacionados fundamentalmente con el menaje de cocina y la mesa o la jardinería, sobre los decorativos. La variedad de las piezas es muy grande y de estilos, tanto en la pieza como en su decoración, muy diversos.
Las preocupaciones manifestadas por los artesanos se refieren al relevo generacional, la comercialización, publicidad, promoción, formación e innovación. En medio de este panorama de riesgo y crisis, la inscripción en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco es vista como muy positiva y se ha dejado sentir en la valoración del oficio y en el aumento de los encargos, a pesar del frenazo inicial que supuso la pandemia de la COVID19.
Pese a que los problemas que acucian a la cerámica en el siglo XXI recuerdan mucho a los ya superados en siglos precedentes, hay algunos matices que impiden que las soluciones adoptadas entonces sean eficaces ahora. Los artesanos ya han hecho lo que saben hacer: jugar con los precios, idear nuevas series que encajen en el mercado, ahorrar costes. No es suficiente. Es necesaria una política decidida de promoción de los productos artesanos con el fin de que se reactive el consumo. La aplicación del plan de salvaguardia con que cuenta la localidad en general, y la recuperación y fomento de la enseñanza a pie de taller, de maestro a aprendiz en particular, se revelan como los instrumentos más eficaces para alcanzar el éxito en lo que debe ser la prioridad: la transmisión de los conocimientos a la siguiente generación.
Puedes conseguir el libro: La cerámica de El Puente del Arzobispo, AQUÍ
Autor:
MAQUEDANO CARRASCO, Bienvenido: La cerámica de El Puente del Arzobispo. Fundación Impulsa Castilla – La Mancha, 2024. Diseño y maquetación: Sobrino, comunicación gráfica. Impresión: Lince Artes Gráficas, S.L. ISBN 978-84-09-69091-6. 520 págs.