Es conocida como Casa de los Vasco y la podemos hallar en el número 27 de la actual calle Real. Ubicada en el corazón del casco histórico de Valdepeñas, esta zona se caracteriza por un entramado ortogonal donde también se concentran otras manifestaciones de la arquitectura residencial de la Edad Moderna, como la antigua casa solariega que alberga el Museo Municipal.
Paradigma de la arquitectura emblemática concebida en el tránsito entre los siglos XVI y XVII, es uno de los escasos testimonios arquitectónicos conservados en Valdepeñas de tipología civil y carácter residencial que no ha sufrido apenas modificaciones en su fachada y estructura interior, proyectando la esencia de las formas de habitabilidad tradicionales.
Desde la sobria composición de su fachada, prácticamente inalterada con respecto a su composición original, a las reminiscencias mudéjares de un zaguán en recodo, la Casa de los Vasco es un ejemplo del carácter perpetuador de patrones arquitectónicos legados por la diversidad cultural que desde el Medievo poblaba las poblaciones de La Mancha.
La geometría renacentista de su cortile y una capilla con pinturas tardobarrocas en la planta superior trazan la singularidad estructural de una casa solariega, que además preserva unas reveladoras dependencias de almacenamiento que nos remiten a la vinificación doméstica en su cueva-bodega de varios niveles en profundidad. Los usos subterráneos emergen a través del vano enrejado que se asoma al pavimento original de la calle. La fisonomía de esta vivienda señorial traduce elocuente al lenguaje arquitectónico las necesidades de representación social implícitas en los privilegios estamentales de la Edad Moderna en nuestra Comunidad Autónoma.

Su originalidad nos visita ya desde el exterior, merced a su tradicional paramento. De aparejo toledano, está ejecutado en tapial enmarcado por verdugadas dobles de ladrillo y protegido por un revestimiento hidrófugo. El tramo de la calle Real en la que se levanta la construcción posee el enlosado primitivo de piedra, conformando el pavimento de la acera, aún transitado por los viandantes.
El eje compositivo preferente de la fachada emblemática se sitúa en el extremo meridional, con una puerta de servicio, postigo o callejuela, en el límite opuesto, que actúa en la comunicación longitudinal del conjunto. En el referido eje, la portada principal se hace eco de las resonancias de los siglos XVI y XVII, a través de su estructura adintelada coronada por un balcón que reproduce patrones clásicos y está dividida en dos cuerpos: el inferior, arquitrabado, presenta jambas sobre pedestal y dintel moldurado que sostienen un entablamento liso, carente de decoración y rematado por una potente cornisa. Sobre ésta, un balcón volado con artística rejería repite el esquema inferior, pero en este caso las jambas se adornan con aletones laterales. Podemos admirar una puerta original de madera tachonada con cierres y llamador metálicos, en a que se entreabren dos puertas menores.
El balcón emblemático se sustenta sobre sendas ménsulas metálicas en las que se evidencia la Cruz de la Orden de Calatrava. Una estilización de dicho emblema lo encontramos también en el remate de volutas convergentes en punta de lanza que cierran el gran vano inferior que se abre junto a la puerta de servicio.

De idéntico momento perviven los remaches originales en forma de roseta que fijan las rejas, configuradas a base de barrotes machihembrados a los que se recurre profusamente desde el siglo XVI en este tipo de edificaciones. Aunque algunos barrotes cilíndricos de fundición son fruto de remodelaciones del periodo modernista, aún observamos en la gran mayoría de estos seis vanos originales esta característica rejería original. Éstos se distribuyen emparejados uno a uno en cada una de las plantas del inmueble, estando todos delimitados por fábricas de ladrillo que configuran umbrales, jambas y sardineles, estos últimos en abanico. Los tres que conforman el binomio más septentrional, junto al balcón del piso noble superior poseen cerramiento con rejería machihembrada de forja.

En su distribución espacial, la Casa de los Vasco participa de una característica de los palacios urbanos de los siglos XVI y XVII en Castilla La Mancha: la alineación que emerge del patio central para alcanzar el punto de fuga que nos traslada en sentido ascendente hacia el nivel superior a través de la escalera, así como la simetría trazada por la escalera en relación con el patio porticado son elementos que hallamos en otros casas-palacio del siglo XVI.
El cortile o patio centralizador era todo un signo identitario de los palacios del Renacimiento y Barroco. Este patio porticado de orden toscano nos remite a los grandes baluartes que jalonaban los barrios de hidalgos y gentilhombres de Almagro o Villanueva de los Infantes. El recurso al orden toscano estaba ampliamente extendido en las plazas mayores y ayuntamientos de la provincia desde el siglo XVI. La piedra caliza berroqueña de Valdepeñas dota de solidez a los fustes lisos que, sobre basas molduradas adaptadas en su altura al pavimento del patio central, se rematan con collarinos en relieve bajo capiteles clásicos “alla romana” con ábaco y equino, conforme los postulados de los Diez Libros de Arquitectura de Vitrubio.
Unas vigas de madera recorren las cuatro crujías del patio, cubiertas con bovedillas y vigas de madera, una de ellas sustituida por otra de hierro, actuando a modo de transición estructural entre las seis columnas toscanas y un segundo cuerpo, convertido en galería con vanos y corredor cerrado cubriendo la estructura original con balaustres de madera y pies derechos con zapatas, sosteniendo las vigas que soportan la galería alta y las cubiertas.

En torno al patio central se distribuyen las dependencias: cocina, habitaciones, escalera y pozo, todas de planta rectangular y solerías de baldosa cocida roja, puertas de cuarterones al patio central. Están conectadas asimismo con la dependencia contigua con otra puerta de menor tamaño. Al este, lindando con la calle Real dentro de una de las habitaciones se localiza un pozo con agua con un magnífico brocal cuadrado de piedra y boca interna circular, que conecta con el primer y segundo nivel de la cueva.
El acceso a la planta primera se realiza a través de una escalera de dos tramos, y barandilla de madera. En el nivel superior, encontramos, en primer lugar, el corredor perimetral al patio, actualmente subdividido en dos áreas y cerrado al patio por diez ventanales, en madera y cerramiento acristalado. Son dignos de reseñar los magníficos trabajos artesanales en madera en los paramentos murales de la galería norte, como la alacena con el emblema heráldico de Villanueva de los Infantes y el mirador orientado a la escalera con balaustres torneados en relieve. Alrededor del patio se despliegan las cuatro pandas ocupadas por las diferentes dependencias del inmueble, simples en todos los laterales y doble en el septentrional; en la occidental destaca una habitación con chimenea moldurada en yeso y pavimento de barro cocido dispuesto en ajedrezado.

Como dependencia singular, destaca el oratorio privado emplazado en el piso superior, orientado al este y conectado por una puerta a la estancia contigua. La apertura de una alacena en el muro que delimita con esta estancia litúrgica esconde en su interior una fecha, 1798. Ésta apareció en un engrudo de yeso colocado para rellenar el hueco dejado tras fijar el retablo. La pintura cenital del oratorio es un fresco con putti portando el anagrama mariano. El retablo tenía como titular a San Juan Nepomuceno, mártir del siglo XIV, defensor del secreto de confesión, que fue canonizado en 1729. Era común en la Edad Moderna integrar estancias para la devotio doméstica, preservando el legado inmaterial de la religiosidad en sus pinturas cenitales. El símbolo mariano, rodeado por cuatro bustos angélicos sobre fondo moldurado en tonos albero, centraliza en torno a su elemento de adoración a cuatro angelotes en diversas actitudes. El dinamismo de sus volúmenes y expresividad de sus rostros nos traslada a la espiritualidad de una capilla privada. Los escorzos y la perspectiva aérea del fondo etéreo en el que se enmarcan los angelotes nos retrotrae a los postulados de la Contrarreforma, que, recordando la esencia del recurso pictórico de los rompimientos de gloria, bien pudo pervivir a mediados del siglo XVIII en una suerte de Barroco pictórico final. Sin duda, este oratorio o capilla privada ha sobrevivido hasta nuestros días como una reliquia de nuestro patrimonio religioso del más acendrado valor artístico, en el marco de una imponente muestra de la arquitectura civil de la Edad Moderna.
Retornando al área productiva de la vivienda, los patios meridionales se encuentran cerrados a la calle Cervantes por un muro con zócalo de mampostería de piedra caliza enfoscada y alzado de tapial acerado que conserva en su fachada interior, adosado a uno de sus laterales, un banco de piedra que nos hablaría de su uso ligado al recreo burgués en la última fase de ocupación del edificio. A través de una puerta cegada se accedía al zaguán, así como un arco, cegado parcialmente, serviría como acceso al segundo patio interior que se encuentra en la misma fachada meridional y posee una pequeña abertura de salida a la zona de corrales.
En el área septentrional del inmueble, a la que se accede a través de la callejuela interna a la que se abre el postigo de la fachada de la calle Real, encontramos el patio septentrional y los corrales, en éstos un patio con solera de bolos de piedra cuarcita y una estructura rectangular de funcionalidad incierta que, con dos metros de profundidad, está sostenida por una columna toscana de piedra bajo una viga de hierro.
En el extremo occidental del solar, una hilera de columnas toscanas y maquinaria vitivinícola, a un nivel más bajo que la solería del corral, revela la existencia de una bodega de superficie rectangular de grandes dimensiones sustentada por la sucesión de columnas en el centro. Permanecen diversas estructuras agrícolas, como un pozo o abrevaderos para unas posibles cuadras, caballerizas y palomar.
Junto a la fachada occidental de la casa encontramos un porche exterior sustentado por columnas toscanas, de las que sólo se conservan dos, En este espacio porticado se localiza la entrada a la cueva-bodega, excavada bajo la edificación principal, con una escalera de acceso a los corredores de la primera planta y escalera de descenso a una cueva de mayor profundidad.
En el primer tramo de la cueva, tallado manualmente, se halla un largo corredor, con una altura media de dos metros y un ancho de dos metros y medio, en dirección perpendicular a la calle Real, girando después al sur para posteriormente discurrir paralelamente a la calle Real. Doce oquedades en el tramo perpendicular de formas redondeadas albergaban tinajas, de las que se han conservado dos completas, mientras del tramo paralelo a la calle han llegado a la actualidad siete tinajas completas, aunque algunas presentan lañas. La tipología globular y achatada de los recipientes preservados nos remite al siglo XVI.
En el tramo paralelo a la calle hallamos un pozo de agua, que parte del segundo nivel de cueva y desemboca en una de las habitaciones, tal como se describe en las estancias de la planta baja. El segundo nivel de cueva tiene su acceso desde el primero, en un lateral del primero de los pasillos. Así se accede a una escalera ejecutada en la piedra caliza con tres metros de anchura. Este pasillo situado a la derecha de la entrada principal a la cueva tenía continuidad, pero fue cegado con mampostería caliza. El pozo de aireación del segundo nivel de la cueva apareció tapiado con una pequeña abertura lateral. El descenso al segundo nivel de la cueva se encuentra colmatada de escombros procedentes de las obras que a lo largo del tiempo se han ido realizado en el inmueble.

En lo referente a la documentación que permite reconstruir los apellidos de sus moradores, podemos concluir cómo a principios del siglo XIX esta propiedad estaba vinculada con la familia Gallego Rojo. Fruto de la unión entre Marta Gallego Rojo y Antonio Josef Vasco Castellanos, alcalde de Valdepeñas a mediados del S. XIX, la familia de los Vasco Gallego establecería su hogar en esta casa solariega de la calle Real, 25. En la segunda mitad de esta centuria Ciriaco Gallego Rojo legaba el número 27 en su testamento a los hijos de sus hermanos, entre ellos, Marta, ya fallecida en esos momentos. Ciriaco permutaría la mitad de una casa, que lindaba al este con la calle Real y a sur- oeste con los herederos de Eusebio Gallego. Se trata de una elocuente referencia que confirma a mediados del siglo XIX la ubicación de la casa de Ciriaco en calle Real, 27 en relación con la de su hermana Marta en la misma calle, 23-25.
La partición de bienes de Ciriaco arroja interesantes datos acerca de una “casa vieja” con cueva y bodega en calle Real, con la numeración 27 de la época, que aparece expresamente asociada a la “casa mortuoria” donde fallecería ese año de una apoplejía a los 58 años, según acta de defunción consultada en el Archivo Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora de Valdepeñas. Ciriaco Gallego asocia a sus padres el origen de casa que lega en propiedad a sus sobrinos. En un detallado inventario se describen los efectos conservados en algunas dependencias, como una saleta o cocina alta, siendo especialmente interesante la referencia expresa a una “bodega vieja” con diez tinajas y otra “bodega nueva” con 6 tinajas, más varios tinajones para trasegar, almacenar aceite, cargar el agua o contener aguardiente.

Otro documento de vital importancia para conocer la evolución del inmueble es la partición practicada por fallecimiento de Antonio José Vasco Castellanos. En ella aparece la referencia explícita, en calidad de herederos universales, a los seis hijos habidos en su matrimonio. Se trataba de una partición conjunta de los dos esposos, por lo que también recoge las propiedades aportadas por Marta Gallego, de las que no se hiciera inventario al tiempo de su fallecimiento. Entre las dependencias de la vivienda, se detallan dos “sótanos”, uno primero y otro de dentro, en los que también se custodiaban veinticinco tinajas, entre ambos. Así mismo, se describe una “saleta” con 8 tinajas y varios tinajones.
La descripción de estos elementos etnográficos confiere un valor patrimonial añadido a la casa solariega. Este inmueble aparece explícitamente referenciado, lindando a este con la calle Real, concretamente con los números 23 y 25. Su lindero a sur es la calle Dormidas, actual calle Cervantes, y a norte la calle Esperanza, así como la casa de los herederos de Ciriaco Gallego, anteriormente acotada. Su extensión era de dos mil ochocientos noventa y dos metros cuadrados y a finales del siglo XIX se estimaba su valor en cuarenta y nueve mil seis pesetas. En ese momento la extensión era casi quinientos metros cuadrados superior a la de la década de 1960, momento en que la hallamos ya reducida a los dos mil cuatrocientos cuatro metros cuadrados.

Marta Gallego y Antonio José Vasco tuvieron una ilustre progenie, entre los que cabe reseñar a Eusebio Vasco Gallego, licenciado en Derecho, periodista y miembro de la Real Academia de la Historia. Cronista de Valdepeñas, fue el artífice de la excelente colección histórico-artística conocida como Biblioteca- Museo Valdepeñense. Fue también empresario de la vid, como su hermano Carmelo.
Los últimos propietarios, los Vasco Molina, eran los descendientes directos de Carmelo Vasco Gallego y Mª del Carmen Molina Molina, en concreto los hijos de Juan Vasco Molina.
La casa solariega debió de segregarse después de 1972, según información y documentación obtenida en el Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real.
Nos hallamos, por tanto, ante una representativa muestra de la arquitectura civil residencial de la Edad Moderna, con paralelismos en las comarcas históricas de Calatrava y Montiel.
Tras sus paramentos de tapial encalados, fluye la cotidianidad de las élites de poder que la habitaron. Oligarcas que ocupaban las más altas dignidades municipales y representantes de la oligarquía local, estamentos, en suma, de notable influencia. Su legado arquitectónico nos remite a una sociedad de vocación agropecuaria y manufacturera, cuyo dinamismo mercantil aún distaba de la efervescencia que alcanzará el comercio del vino ligado al despegue decimonónico de la economía de esta villa vitífera.
Todo ello convierte a esta casa solariega en exponente de las formas de relación social y económica operadas en el seno de las grandes familias de la villa de Valdepeñas y su comarca, entre las que se forjaron grandes propietarios, relevantes regidores y bodegueros con una extraordinaria proyección. Este periplo nos conduce desde la Edad Moderna hasta la eclosión burguesa de la segunda mitad del siglo XIX. No debemos olvidar un postrero uso en la segunda mitad del siglo XX. Tras convertirse en sede de Acción Católica, sus dependencias se destinarán a institución educativa, bajo la denominación de Internado Santo Tomás de Villanueva, conservándose documentación del centro educativo y diversos materiales.
Hoy el DOCM, publica su declaración como Bien de Interés Cultural.