La Navidad es un momento idóneo para el reencuentro con los referentes iconográficos que han tejido el hilo argumental del periodo pascual. Concebidos e interpretados por los maestros de la pintura a lo largo de los siglos, su vigencia conforma nuestro imaginario colectivo presente. Acercarnos estos días a la exposición “Tesoros” en el Museo de Santa Cruz es, por ello, una oportunidad única para enriquecer nuestra trama de experiencias estéticas en la Pascua toledana. A lo largo de las siguientes líneas os brindamos un recorrido visual a través de las obras conectadas con la Natividad, exhibidas en el monumental Hospital renacentista que acoge esta interesante exposición.
Movidos por la latencia del legado del tiempo en nuestra sensibilidad artística, proyectamos la mirada con el objeto de descifrar los elementos implícitos propios de la época en la que fueron codificados. Desde la primera mitad del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, saldrán a nuestro paso la Epifanía, la Adoración de los Pastores y la Sagrada Familia.
En este paseo estético, el Manierismo irá anticipando las formas del Barroco, al tiempo que la técnica del esmalte se mimetizará con el alarde pictórico en sus detalles y el simbolismo cromático de El Greco se tornará en contraste lumínico y su significancia. No esperemos más, entremos en la primera sala.
Fraguado en la cocción de los pigmentos sobre soporte de cobre, nos aguarda en el gabinete un extraordinario esmalte, desplegando ante nuestros ojos la narrativa de la Adoración de los Magos. Como si de un Auto Sacramental se tratara, la Epifanía se desvela grandilocuente gracias a la combinación del blanco de Limoges con el esmalte negro que define los motivos de la grisalla.
A partir del 1450 se asiste a la renovación de la técnica de la pintura en esmalte de Limoges, al servicio del gusto de las élites cortesanas. En esta región del suroeste francés el procedimiento suntuario del champlevé venía siendo perfeccionado por el gremio de los esmaltadores desde varios siglos atrás. La adaptación de la técnica medieval a la estética del Renacimiento florecerá entre 1530 y 1560. Sus talleres se significaban a través de una rúbrica a punzón en su obra. En la pieza que nos ocupa, el punzón se asocia a los Pénicaud en la primera mitad del siglo XVI. Asimilada pues al periodo de apogeo de los esmaltes pintados de Limoges, la obra del Museo de Santa Cruz lleva a su máxima expresión el virtuosismo labrado en los surcos en los que vitrificaba el color, con una potente policromía que dota de viveza a la grisalla.
Conocido en Francia, como “esmalte de los pintores”, en una connivencia que dignifica a ambas artes, en su factura conviven la técnica del esmalte con la habilidad pictórica en los detalles, sobre un fondo paisajístico con animales exóticos y motivos resaltados en oro para engalanar la sacra conversación de los Magos. Las dulces facciones de María enlazan con un, aún subyacente, Gótico Internacional para adentrarnos en los escenarios refinados para los que estas piezas fueron concebidas. Una obra de arte del Renacimiento francés.
El Manierismo, poco a poco, irá permeando en nuestro sentir para acoger la obra del pintor que convirtió a Toledo en referente cultural de su tiempo. El Greco nos lega su firma autógrafa con su alfabeto natal en la cartela camuflada en uno de los ángulos de una obra que se exhibe al inicio de la exposición. Nos referimos a La Sagrada Familia con Santa Isabel y San Juanito.
Datado entre 1585 y 1590, este óleo sobre lienzo ha sido escogido como testimonio de un periodo, el de la década de 1580, en el que el pintor cretense realizó una serie de versiones sobre esta temática.
En el Museo Nacional de El Prado se conserva una variante de este repertorio pictórico con la figura de Santa Ana, mientras en la pieza del museo toledano es Santa Isabel la elegida para formar parte de esta Sagrada Familia. Ello convierte en más elocuente la conexión con San Juan niño, por tratarse de su madre y prima de María. El Bautista nos invita al silencio para no perturbar el sueño del recién nacido, mientras porta el atributo de la piel en su torso. En ambos casos San José está ataviado con chaleco verde de contornos terrosos sobre camisa blanca, a la manera de un artesano castellano del siglo XVI. Este guiño costumbrista, junto a otras coincidencias iconográficas, como el cuenco vítreo con frutas, nos guían en el reconocimiento de las diversas interpretaciones llevadas a cabo por el pintor y la prevalencia de esta temática en los encargos de los comitentes en la Castilla de finales de esa centuria.
El Greco transmite y lo hace a través de la calidad expresiva de una equilibrada coexistencia de tonos fríos y cálidos, el juego de miradas entre las figuras femeninas con el niño y de las masculinas con el espectador, la volumetría y brillo de los plegados y las veladuras que desde el fondo atmosférico amenazan con una tempestad veneciana.
Otra Sagrada Familia que atesora el Museo de Santa Cruz es la de Jusepe de Ribera. Apodado “il spagnoletto” por haber ejercido su labor en el contexto pictórico romano y napolitano. Datada en 1639, nos encontramos ante un óleo sobre lienzo donado a un convento de Ocaña por el secretario de Carlos II.
Los ecos de Bartolomé Esteban Murillo resuenan en el entorno cercano de la carpintería familiar, donde trabaja la madera José mientras María compone los lienzos que arroparán al niño. Murillo y Ribera, ambos de influirán en su mutuo interés por la introducción de elementos populares, el claroscuro y la disposición de los diversos elementos en escenas que apelan al espectador.
Las miradas se comunican en diagonales ascendentes y descendentes, como la propia composición, dirigiéndose finalmente al espectador desde San Juan Bautista niño. La neutralidad del fondo y la prevalencia de los tonos ocres intensifica la capacidad expresiva de los azules, rojos y amarillos de los ropajes. Un contraste lumínico intencional que clama por nuestra atención visual y empatía emocional desde el intimismo doméstico.
El tenebrismo parece haberse instalado en nuestra retina y nos prepara para la última de las obras de esta selección en torno a la Natividad.
Contemporáneo de José de Ribera en la primera mitad del siglo XVII, Pedro de Orrente compone la escena de la Adoración de los Pastores en varios de sus lienzos, como el custodiado en el Museo de Bellas Artes de Houston. Enlazando iconográficamente con la obra de Zurbarán en el Museo de Grenoble, su forma de pintar es al tiempo singular.
Formado en Toledo, Pedro de Orrente fue una pieza clave en la difusión del naturalismo de Caravaggio en Castilla y el levante peninsular. Su estancia en la región del Véneto, como discípulo de Leandro Bassano, lo había impregnado de unos imperecederos rasgos de estilo, en relación con Tintoretto y Veronés. A su regreso a Castilla, la potencia expresiva de sus claroscuros proyectará el Barroco italiano en suelo peninsular. Así lo apreciamos en la obra del Museo de Santa Cruz.
Los ángeles en el nivel superior introducen en la escena un Rompimiento de Gloria, novedad italiana, incorporada desde el Renacimiento por Antonio Allegri da Correggio. El niño es la fuente de luz que ilumina a los pastores que acuden con el cordero, preludio de la historia del Nuevo Testamento.
Orrente y Ribera habían hecho extensivo el tenebrismo, el naturalismo y el modelado escultórico de Caravaggio, con idéntica proyección con la que el Greco recreara la atmósfera veneciana en sus espacios manieristas.
“Tesoros”, una exposición para revivir y recrearse en la experiencia artística, reconociendo el poder de la imagen para trascender al tiempo e incorporarse a cada capítulo de lo cotidiano. Su continuidad desde los siglos dorados del Renacimiento y el Barroco nos habla del compromiso con su preservación y transmisión, objetivos a los que sirven itinerarios museográficos como el que podemos disfrutar estos días en el corazón de Toledo.
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Autora; Eva Mª Jesús Morales
Profesora Tutora en el Grado de Geografía e Historia: UNED, Centro Asociado de Ciudad Real.
Asesora del Servicio de Cultura de la Delegación Provincial de Ciudad Real
Licenciada en Historia y Graduada en Historia del Arte