De compras por la ciudad de Cuenca, en el año 1805... Documento del mes de noviembre - Archivo Histórico de Cuenca
El documento que presentamos en esta ocasión es una muestra más de la importancia que tienen nuestros Archivos Históricos por la riqueza de los fondos documentales en ellos conservados. Con ellos, les invitamos a trasladarnos en el tiempo e ir de compras hace 215 años, en la ciudad de Cuenca, de la mano de una relación de mercaderías, de géneros, que compraban los mercaderes y que se vendían en la ciudad de Cuenca, o que conservaban almacenados para venderlos en cualquier época del año.
Con estos datos tan interesantes tendremos un conocimiento más cercano y fiel de la vida de principios del siglo XIX. Estas relaciones o inventarios de géneros introducidos por aquellos comerciantes, entre los que hubo varias mujeres, se hicieron para saber qué parte de determinados impuestos, que gravaban aquellas mercadurías, correspondía ingresar en Hacienda. Estos géneros de comercio no sólo procedían de diversas ciudades y pueblos de España, sino que, también llegaron desde el extranjero.
Comenzaremos por saber algo del calzado que se ofrecía a aquellos habitantes de principios del siglo XIX. Así, se vendían zapatos de Teruel y de Valencia, diferenciándose los que eran para hombres, mujeres, muchachos, niños y niñas. Además, había zapatos de mujer a la francesa, botas y babuchas.
Las manufacturas textiles, de tanta tradición en estas tierras castellanas, procuraban ropas y complementos para cada época del año, bien diferenciadas, puesto que podíamos encontrar tejidos de seda y terciopelo, pañuelos negros de seda para el cuello, gorros de seda y lana, algunos procedentes de Cataluña; también, lienzos de Aragón, guantes de gamuza y seda, tirantes para calzones, cuellos para clérigos, paños y lienzos de Galicia, de Alcoy, Segovia y Albarracín; tejido de albornoz, botones charolados de Madrid, cordones de seda para calzoncillos, capas, hilo de Flandes, de Córdoba, de León y Asturias, y fajas de seda de Requena, bayetas de varios colores de Aragón y cordellate pardo y rayado.
La tarea de la costura, imprescindible en todo lo que tenía que ver con la vestimenta, era más fácil con aquellos géneros que los mercaderes traían a sus almacenes o tiendas: paquetes de alfileres, agujas de coser, palillos para bordar, lentejuelas blancas y doradas, hebillas para zapatos, tijeras, dedales, botones surtidos, corchetes negros y dorados.
Acerca de los complementos en el vestir, no podían faltar los necesarios sombreros, que llegaban a Cuenca desde Valencia y Sevilla; o los quitasoles de tafetán y abanicos de seda, fundamentales en el verano. Además, algunas joyas para las damas, como pendientes, sortijas y collares de cristal y gargantillas de perlas; los paraguas de seda, bastones de madera y carteras de badana completaban esa oferta de deseados objetos, ineludibles en algunos casos.
En cuanto al aseo personal y la buena apariencia, se vendían peines de Huesca, peines de marfil, de cuerno y guarnecidos; espejos de tocador, frasquillos para agua de olor, bolas de jabón, y jabón y navajas para afeitar.
El tabaco, que se consumía desde varios siglos atrás, contaba con objetos a la venta para su conservación, puesto que se podían adquirir cajas y canutos para tabaco.
Los problemas de vista quedaban resueltos con los anteojos para narices, y si los miopes o quienes querían afinar a lo lejos gustaban de la afición teatral, también podían adquirir anteojos para el teatro.
El paso del tiempo se medía con relojes que, desde el siglo XVI, se convirtieron en objetos bastante comunes y necesarios. Así, se vendían relojes de plata usados, relojes de sol, muelles, llaves y cordones de seda para relojes.
El menaje del hogar, del que tanta información tenemos gracias a otros documentos (Inventarios de bienes) daba una idea exacta de cómo se vivía, ofreciendo una fotografía perfecta de cómo eran aquellas casas de nuestros antepasados. Así, se podían comprar bandejas de charol y metal, cuchillos de mesa, candeleros, cafeteras y cubiertos de metal, fuelles ordinarios, cascabeles, saleros plateados, palleta para encender, alicates y navajas, candados para maletas, sortijas para cortinas.
Y para pescadores y cazadores siempre había anzuelos, martillos para escopetas y escopetas ordinarias. Las cocineras y cocineros dispusieron de productos comunes y otros exquisitos, como eran las especias y otros alimentos, como aquella canela que llegaba desde Holanda, o azúcar blanca, bacalao, pimienta común, pimienta negra de Holanda o el cacao procedente de América, en concreto, desde Caracas (parece que era el mejor), el cacao Guayaquil y el cacao Malacayo; desde Inglaterra se recibía canela y clavo, y azafrán tostado y canela de Manila, almendras finas, etc.
Los escritores, escribanos, maestros, alumnos, clérigos, religiosas, nobles y todos aquellos particulares que tuvieran que usar del noble oficio de escribir compraban a los mercaderes tinteros, plumas, lapiceros de metal y normales, cortaplumas, obleas para cartas y escribanías con platillo.
En definitiva, estas relaciones de géneros de mercaderes complementan la abundante información que tenemos de la vida cotidiana de nuestros antepasados en otros documentos muy valiosos, como son los Inventarios de bienes, conservados en nuestros Archivos Históricos Provinciales desde finales del siglo XV en adelante. Una imagen perfecta para saber más y conocer aspectos cotidianos del vivir de siglos pasados.