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Proceso criminal contra Juana Pérez y Teresa Hernández, acusadas de brujas y hechiceras y de haber entrado en casa de Francisco de Porres, regidor de Cuenca, para hacer ciertas hechicerías. Cuenca, 3 de marzo de 1602. Archivo Histórico Provincial de Cuenca.

Tradicionalmente la práctica de la Brujería siempre se ha asociado a las mujeres. Desde la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XVIII, cualquier mujer que gozara de algún tipo de independencia y que se situara fuera de la tutela masculina o al margen de los roles establecidos para las mujeres en la época, eran objeto de desconfianza social y podía ser considerada bruja.

Las mujeres acusadas de brujería solían ser generalmente solteras o viudas, en la mayoría de los casos de extracción social humilde, se reunían entre ellas, conocían las plantas medicinales y se dedicaban a oficios esenciales como parteras o sanadoras para las clases populares, y en muchos casos tenían conductas sexuales consideradas inapropiadas.

La primera mitad del siglo XVII fue en toda Europa la gran era de la caza de brujas, si bien en España la incidencia fue menor que en otros países. En contra de los que muchos piensan, la Inquisición no vio en las brujas una de sus principales amenazas, como si lo fueron los judeoconversos o protestantes, y la mayoría de los procesos sobre causas de brujería corrieron a cargo de autoridades y tribunales civiles, que veían en algunas de sus actuaciones un atentado contra el orden social establecido. 

Por este motivo, fueron los tribunales civiles los que ordenaron la mayor parte de ejecuciones contra mujeres acusadas de brujería en España, ya que la persecución de la superstición era aceptada como una función normal del Estado.