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Historia de los dibujos de Benjamín Palencia en el Museo de Albacete.

El siglo XX ha sido el de consolidación de los planteamientos en torno al arte que se habían originado desde el siglo XIX, y que tuvo como precedente al pintor romántico Willian Turner (1775 – 1851), que impulsaron los impresionistas, y que desarrolló Cezanne (1839-1906), considerado el padre del arte moderno. El siglo XX se caracterizó por las más concienzudas reflexiones sobre el arte, el artista, y el público, y por los muy distintos movimientos en torno al arte. 


En ese marco se inserta la obra del castellano-manchego Benjamín Palencia (1894-1980) nacido en Barrax, Albacete, y tempranamente llevado a Madrid donde desarrolló una larga y fructífera carrera como pintor. Vivió los más importantes momentos de la pintura española del siglo XX, haciéndolos suyos a lo largo de distintas etapas que reflejan una personalidad compleja, plena de curiosidades y de descubrimientos personales que le hicieron participar en las más diversas tendencias y modas del arte. Autodidacta de formación, frecuentó los círculos intelectuales del primer tercio del siglo, en los que se adentró de la mano de Rafael López Egoñez, gracias al cual cultivó la amistad de Juan Ramón Jiménez; viajó a París, a Italia y a Nueva York; fue partícipe de experiencias tan intensas como la del teatro de La Barraca que capitaneaba García Lorca. Y junto con el escultor toledano Alberto Sánchez creó la Escuela de Vallecas. En 1951 recibió la medalla de oro en la I Bienal Hispanoamericana de Arte, que marca el fin de una época y el comienzo de otra caracterizada por el abandono de las vanguardias históricas. 

Sus visitas a Albacete, a Barrax, a los toros, eran frecuentes, en una de esas conoció el proyecto y las obras del nuevo edificio al que habría de trasladarse el Museo de Albacete, y quedó entusiasmado: era lo que él quería para mostrar su obra. 
Había sido diseñado por el entonces arquitecto de la Diputación Antonio Escario junto con los ingenieros Vidal y Vives, y era el resultado del empeño de Samuel de los Santos, su director, por conseguir un gran centro museístico para la ciudad. 

Era el 12 de noviembre de 1976 en el programa Gente de TVE el periodista Tico Medina entrevistó a Benjamín Palencia, allí el pintor hizo pública su intención de legar al Museo de Albacete una colección de cuadros pintados por él. Rápidamente el director del museo los comunicó al Comisario Nacional de Museos y Extensión Cultural, por entonces Manuel Jorge Aragoneses: la donación de 40 cuadros y 50 dibujos. 


El anuncio generó el interés del Ministerio de Educación y Ciencia, que titulaba y gestionaba al museo, y como fruto de las conversaciones iniciadas, el día 6 de julio de 1977 Palencia comenzó a hacer efectivo el legado depositando parte de las obras en Casa Macarrón S. A., con sede en Madrid, para su limpieza y enmargado. 
El 14 de julio de 1977 fue firmada el acta de donación entre Palencia y Antonio Lago Carballo, que era el nuevo Director General del Patrimonio Artístico y Cultural. Entre las condiciones la cláusula 2ª señala que las obras “serán instaladas en el referido Museo de Albacete, no pudiendo ser trasladadas con carácter permanente a otro centro ni población”, y la 5ª “la sección de Bellas Artes del Museo de dicha ciudad se denominará “Sección de Bellas Artes Benjamín Palencia”. 


Las obras llegaron al Museo de Albacete el 12 de septiembre de 1978. El día 20 de ese mes y año, Palencia y Samuel de los Santos firmaron el Acta de donación complementaria con el añadido de otras 25 obras desglosadas en 22 óleos y 3 dibujos.

En las dos actas de donación están relacionadas un total de 117 obras, aunque el número final fue algo mayor al estar algunas pintadas o dibujadas en anverso y reverso: 11 dibujos a lápiz o tintas y 3 óleos. Dos óleos fueron documentados al proceder a la intervención realizada por Juan Ruiz (restaurador del Ministerio de Cultura): el Retrato de Ingeniero  que hizo a López Egóñez, hacia 1919-1920 (fig. 2, 3), y Dos figuras influenciadas por Picasso, con firma y fecha de 1934. Otra pintura y los dibujos quedaron visibles gracias a la doble estructura de los marcos realizados por Macarrón.  

El día 11 de noviembre de 1978 la reina Dña. Sofía inauguró oficialmente la nueva sede del Museo de Albacete. Ahí la recibió Benjamín Palencia cuyos cuadros llenaron las tres salas de la sección de Bellas Artes. Y en ese día la reina le comunicó la concesión de la Medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes: era el broche final a la carrera del pintor con el agradecimiento que le hacía el Estado español por la donación de un alto número de obras para ser conservadas en el Museo de Albacete.

La trascendencia de ese gesto de generosidad fue importante para el patrimonio de la provincia, pues dio un vuelco a las previsiones que el museo tenía en la exhibición de obras relacionadas con las bellas artes, pasando de una discretísima colección de cuadros de gran formato ejecutadas mayoritariamente en el siglo XIX, a una nueva orientación hacia el arte contemporáneo. La donación inauguró la estrecha vinculación de los artistas de Albacete con el museo, con resultado del crecimiento de sus colecciones mediante nuevas donaciones, posibilitando que además de las salas dedicadas a Palencia, hubiera otra con las obras de los artistas más consagrados de la provincia. 

2020 ha sido el año del 40 aniversario de su fallecimiento. Barrax lo recordó de la mano de su Ayuntamiento, y el Museo de Albacete y la Junta de Comunidades se han sumado a ese recuerdo vívido del pintor que realizó un importantísimo legado a todos, pues los bienes conservados en los museos de las administraciones públicas son bienes de dominio público. 

El homenaje se realiza a través de una colección de dibujos conservados en las salas de reserva del Museo de Albacete. La obra conservada sobre papel es muy numerosa y, en ocasiones, poco conocida. Para Palencia el dibujo tuvo una significación muy especial, ya que fue el medio de expresión favorito y se pasó toda su vida, desde su infancia hasta su vejez, trazando líneas sobre el papel (Martínez Novillo, A. (1994): Benjamín Palencia. Obra sobre papel, Ayuntamiento de Madrid). Tal es así, que en 1932 decía: 

Yo interpreto poéticamente, rayando en el papel mis sueños, mis sensaciones como un niño que no sabe dibujar, pero que sus imágenes rayadas están encargadas de sensibilidad y poesía (Palencia, B. (1932): Los nuevos artistas españoles. Benjamín Palencia. Plutarco: Madrid)  

La exposición se divide en cinco unidades temáticas acompañadas de textos explicativos y de una selección de libros y fotografías del pintor: 
-    Figura humana. Desde los inicios de su formación artística hasta el final de su producción, la figura humana siempre ha estado presente en la obra de Benjamín Palencia. La representa de cuerpo entero, sola o en grupo y, a veces, acompañadas de animales. Los tipos que muestra son personajes de diferentes clases sociales desde oficios -como agricultores y esquiladores ejerciendo sus trabajos- hasta personajes religiosos, como los franciscanos del convento de Guadalupe (Cáceres), además de figuras de niñas cuyas miradas quedan absortas. Las técnicas empleadas fueron muy variadas desde el grafito hasta la aguada, pasando por la tinta china, el rotulador de colores o mixtas (tinta y óleo). Con esta última técnica predominan sus dibujos datados a mediados del siglo XX, donde prima un cromatismo intenso y luminoso.

-    Dibujos surrealistas fruto de su experiencia en la escuela de Vallecas junto con Alberto Sánchez; Entre 1930 y 1936, Palencia se introduce en las artes de vanguardia: cubismo, constructivismo y, especialmente, en el surrealismo. Bajo sus postulados él y el escultor toledano Alberto Sánchez fundaron la Escuela de Vallecas. En esos años realizó pinturas sobre lienzo usando técnicas mixtas, y una importante serie de dibujos surrealistas a tinta china y grafito, bajo los principios de eliminar los elementos superfluos de los paisajes y de las figuras. Las llamó formas prehistóricas, de estructuras puras y descarnadas, cargadas de simbolismo, sugestión y una absoluta arbitrariedad. Son recurrentes las alusiones a las figuras humanas, solas o en grupo, con composiciones muy armoniosas y equilibradas de trazo firme y continuo, en ocasiones introduce el humo para crear sombras y efectos plásticos. Durante esos años Palencia viajó a París, donde conoció la obra de Picasso, y donde expuso en la famosa Galería Pierre obras surrealistas entre otras el Retrato de Alberto del Museo de Albacete.

-    Palencia y la literatura Platero y El Quijote. Algunas de las obras de la literatura española despertaron un cierto interés en Palencia, como las de Miguel de Cervantes o Juan Ramón Jiménez, entre otras tantas. Don Quijote de la Mancha (1605) está presente en sus dibujos a través de la representación de las dos figuras principales de la novela de caballerías: Don Quijote y Sancho Panza. También sintió una cierta predilección por Juan Ramón Jiménez, con el que mantuvo amistad y fue una de las figuras claves en su educación. Juan Ramón Jiménez lo introdujo en los círculos intelectuales de Madrid, como las tertulias del Café Nacional y en la Residencia de Estudiantes. Fruto de esa amistad es la colaboración como ilustrador en el libro Niños (1923) con 73 dibujos; en la revista Sí (Boletín Bello Español) del Andaluz Universal (1925) donde trazó 8 desnudos femeninos; además   homenajeó otras obras del poeta de Moguer, como la edición de Platero y yo (1964).

-    Bodegones; En la historia de la pintura el bodegón formaba parte de composiciones más complejas, hubo que esperar a la pintura barroca para que este género tuviera un papel muy destacado de la mano de pintores como Francisco de Zurbarán, Juan Sánchez Cotán o Luis Meléndez. Asimismo, en el siglo XX ocupó un lugar importante en las obras de Paul Cézanne, Vicent van Gogh o Juan Gris. Junto a la figura humana y el paisaje Palencia realizó bodegones en lienzos (Bodegón cubista, 1925, Museo de Albacete) y en papel. Utilizó el grafito, pero también las tintas y los rotuladores de colores, construyendo composiciones con bandejas o cestos de frutas, flores, objetos de la vajilla de mesa, o cerámicas. Sus composiciones tienen como denominador común el situar los distintos elementos en un plano muy cercano al espectador, ocupando toda la superficie del soporte.

-    El paisaje urbano dedicado a Toledo. Benjamín Palencia fue, durante toda su carrera, un pintor de paisajes: vistas generales de conjuntos urbanos históricos, o detalles de sus plazas y calles, representándolas miméticamente. Una de las ciudades de su elección fue Toledo, la ciudad de su amigo Alberto Sánchez con el que fundó la Escuela de Vallecas, y donde, después, pasó largas temporadas en el alfar de Juan Mauricio Sanguino Otero. Allí coincidió con otros pintores, como Zabaleta o Javier Clavo, que colaboraban también con el taller pintando cerámicas. Toledo fue un motivo recurrente en su obra pictórica: Toledo de noche (1930) obra inserta en los postulados surrealistas, o la vista panorámica realizada años después (Toledo, 1943), son ejemplos de la atracción que la ciudad ejerció sobre el pintor manchego. En sus paseos dibujó lugares recoletos como la Plaza de Santo Domingo el Real, donde la arquitectura es la protagonista de la escena. También trazó otros espacios más transitados, como la Catedral, la sinagoga del Tránsito, el monasterio de San Juan de los Reyes o los puentes de Alcántara y San Servando, iconos de la ciudad.

La exposición cuenta con el patrocinio de la Fundación Globalcaja Albacete y la Asociación de Amigos del Museo de Albacete.

1979: Benjamín Palencia en las salas del Museo de Albacete contemplando su obra.