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Documento del mes – Archivo Histórico de Cuenca - Un convento desaparecido: las Dominicas de Belmonte - Inventario de bienes

         El 21 de marzo de 1836, el Administrador de Rentas reales, Agustín de la Cortina, se personó en el convento de Dominicas de la villa de Belmonte, acompañado de Gil López, Administrador de Rentas estancadas, para cumplir con su cometido: hacer un Inventario de los bienes que poseían las monjas en aquella fecha, según establecían las leyes desamortizadoras. En la toma de datos de aquella relación de bienes los debía acompañar su Madre Abadesa, o priora, sor Basilisa de san Luis Mendoza.

         Este importante documento, que se conserva en el Archivo Histórico de Cuenca, nos permite conocer, al detalle, cómo era el edificio y las pertenencias que había en el gran espacio monacal en 1836. Las anotaciones que se hicieron fueron relativas a las diversas estancias del monasterio, el mobiliario y otros enseres, distribuidos por el refectorio, la sala prioral, archivo, la portería, cueva, gallinero, despensa, un jaraíz, granero, enfermerías, dormitorios y celdas, claustros, desván, casa para la mandadera y el confesor, la iglesia y sus sacristías, y el coro.

         La relevancia de estos Inventarios de bienes es tal que los podemos considerar un viaje en el tiempo para tener una fotografía precisa de cómo eran y qué había en los inmuebles que se inventariaban. El motivo de realizar estos Inventarios de los edificios desamortizados fue que el Estado necesitaba saber qué bienes muebles constaban en ellos, con el fin de poner a la venta todo lo posible mediante pública subasta, o destinarlos a otro uso. De este modo, la información contenida en estos documentos nos lleva a la reconstrucción de edificios ya perdidos o desaparecidos en su mayor parte, como es el caso de este convento.

         Iniciamos el recorrido de la mano de los Administradores y la Madre Abadesa… Como se podrá comprobar, se dan detalles, incluso de los árboles que tenían plantados, algo que no es habitual mencionar en otros inventarios de conventos.

         Es un combento con claustro vajo y otro alto; que tiene el primero un patio con dos árboles y una parra, circulado de ventanas y vidrieras, un algibe con un arco de yerro; una pieza llamada del profundis, un refectorio con lacerías, una despensa con tres manteles y varios lienzos de monumento.

         Además, en el claustro tenían dos arcas viejas, una sin tapa, una copa de bronce para el fuego y una escalera de mano.

        En conventos y monasterios, la pieza del profundis era una sala que se reservaba con varios propósitos; por un lado, cuando un religioso o religiosa fallecía, era allí donde se le velaba hasta que se hacía el entierro; por otro, se denominaba así a una sala que estaba al lado del refectorio, a la que se accedía para rezar antes de las comidas. Éste debió ser, muy probablemente, el uso dado por las Dominicas de Belmonte, puesto que se cita en el inventario junto al refectorio.

        Además, en el claustro hubo dos campanas; otra pieza (sala) grande de dormir el ymbierno la comunidad; un locutorio con verja doble, otro locutorio con verja doble, un granero vacío, dos enfermerías y una entrada al espresado dormitorio de berano, y diez y ocho celdas. El cuarto segundo es todo un desván.

         En todos los conventos y monasterios hubo gran celo por el cuidado de sus documentos y libros, puesto que eran los fehacientes testimonios de su patrimonio, gestión y cultura, aunque el discurrir del tiempo y voluntades ajenas constituyesen un importante menoscabo de todos estos archivos y bibliotecas. Así, las Dominicas de Belmonte reservaron un espacio en la Sala Prioral para el Archivo:

         En la pieza llamada Prioral, se halla el Archibo con varias cajas (…) y en ellos varios papeles. El Archivo compartía espacio con la Sacristía mayor: allí se anotaron papeles guardados en su Arca. Las cajas destinadas a Archivo las tenían con dos candados, sobre una mesa; otra mesa con cajón, su escribanía y otra cajita; dos mesetas vajas con cajón; otra caja con dibisiones; otra mesita de pino y un sofá vestido.

        Cerca de la portería, un corral que conduce a otro descubierto grande con seis olibos, un cinamonio y otros árboles. Un descubierto mayor con un pozo y varios árboles. Un jaraíz, un gallinero, otra despensa, dos cocinas, una cueba.

        Una casita, casi unida al combento, para que habite la mandadera y el confesor, compuesta de una cocina con chimenea, habitación alta con dos celdas y un cuarto, otro cuarto escusado; abajo hay otras dos oficinas, una cuadra, un pajar y un sótano.

        En el Refectorio, espacio de uso diario, se contaron siete mesas, dos arcas, cuatro tinajas, una campanilla de refectorio, una lamparita de metal, cinco sillas, una media fanega y rasero, un piano viejo, un arca y un relox de pared.

        Llegados a la Iglesia anotaron, con gran pormenor, todo lo que en ella se encontraba. En primer lugar, se describe esta zona como de una nave, con su altar mayor.         En el presbiterio hubo dos espacios, uno, a la derecha vajo la advocación de Santa Catalina de Sena, que contiene un retablo con su ara; una cruz oja de lata con la efigie del Señor, de bronce; un sagrario con una cajita redonda de pie llano, que sirve de copón; el Sagrario sin viril, diez y seis floreros de oja de lata, seis candeleros de bronce con su mantel doble y su ule, sin sacra alguna; en el altar de la derecha, vajo la imbocación de Nuestra Señora del Rosario, con cabeza y manos de talla, su retablo con su ara, una cruz de oja de lata, con su crucifijo de bronce, dos floreros y oja de lata, dos candeleros de bronce, un mantel y un ule, un atril y una cortina.

       Otro espacio, en el de la izquierda, vajo la imbocación de San José, de talla con su mesa, ara, mantel y un ule, un atril, dos candeleros de bronce, dos floreros de oja de lata, una cruz de ídem con su crucifijo de bronce, una cortina, dos campanillas de tocar a santus y en el presbiterio tres alfombras raídas.

        Las numerosas capillas fundadas por particulares en iglesias y conventos contaron con las de los fundadores y otros devotos benefactores. En este de Dominicas hubo una capilla con enrrejado de yerro, llamada de los Monrreales, en la que había un retablo con su ara, mantel, dos candeleros de madera rotos, una cruz de madera, ocho faroles de la aurora y un arca con candado, y su escudo de armas en atril.

        Además, en la iglesia hubo dos púlpitos de yeso, uno con tornavoz de madera, un altar de Santo Domingo, con su cruz de madera y crucifijo de bronce, una efigie del Señor de medio cuerpo, con guarnición dorada, con su ara, mantel y una cortina, otro altar imbocación de Santa Rosa, con ara, mantel, dos candeleros de palo, y una cortinita, una cruz de madera, con un Santo Cristo de bronce.

       Otro altar de San Vicente con su mesa y ara, mantel, cruz de palo y crucifijo de bronce, todo sin sacras, dos candeleros, dos atriles, una lámpara de bronce, dos confesonarios para las Religiosas y una parte de otro para el pueblo. Una escalerilla para encender la lámpara, una silla de brazos vieja, tres alfombras viejas, una cajita de ánimas y tres cortinas en las ventanas.

       Otros muebles de los que se tomó nota, básicos en la vida monacal, fueron estos: Cuatro bancos (en la yglesia), una mesa pequeña de pino y un banco de pino (en la sacristía), en el jaraíz dos tinajas, una de treinta arrobas y otra de cuarenta, otras dos tinajas de seis arrobas cada una. En otra pieza, doce tinajas de diferentes cabidas, de ellas, dos quebradas. Dos tarimas, un cazo de sacar aceyte, un caldero, otras dos orcitas, una escalera de mano. En una despensa, tres arcas, una orcita y colador.

       El menaje de la cocina era bastante escaso, puesto que sólo se tomó nota de dos tinajas, un tajón sin cuchilla, tres sartenes, un almirez y una olla grande de cobre.

       En distintos espacios del convento, que ellos denominaron oficinas, hallaron 60 cuadros viejos, muebles y varias estampas, dos mesas, un vallo de yerro y dos candiles.

       En la cueba seis tinajas de diferentes cabidas, hasta 17 arrobas. Por lo común, las tinajas eran para aceite y agua; en otros edificios religiosos también se usaban para almacenar vino.

       En la portería, un peso grande con varias pesas de yerro, una mesa y dos tavuretes de pino.

       Los aparejos para la labor que tenían las monjas eran: un par de mulas de seis años, de pelo castaño; un arado, un yugo, una cuba para el agua, un caldero para guisar, una galera, unas guarniciones, una trilla, unos gabilanes y dos carros de paja.

       El convento contaba con dos sacristías, una mayor y otra menor, en las que aún se conservaban objetos valiosos, a pesar de las pérdidas de los acontecimientos bélicos. Así, en la Sacristía mayor se anotó en el inventario todo esto: tres cajones en un armario, en cuatro arcas vacías; se halla un pomito de plata con el Santo óleo. Un terno blanco sin capa. Catorce casullas de todos colores; tres capas: blanca, morada y encarnada; doce bolsas de corporales, siete albas, catorce amitos, diez y ocho purificadores, seis cornualtares, un cáliz con la copa, patena y cucharita dorada y el pie de bronce. Una cruz de plata, cuatro platos de peltre con vinageras, un incensario de plata sin nabeta, una peana de madera, un Santo Cristo, San Juan y Nuestra Señora de talla, un copón de plata dorada, una urna de Nuestra Señora del Socorro y un Santo Cristo.

      En la sacristía menor, cuatro arcas vacías y una tarima.

      Este inventario aporta un dato muy interesante, puesto que en la Sacristía se guardaban bienes de la Cofradía de la Aurora, que fueron reclamados en aquel momento en que se estaba haciendo el Inventario por uno de los hermanos cofrades. En concreto, estos objetos eran los que custodiaban las monjas y se entregaron al cofrade:

     Tres cajonerías de a tres cajones que contienen la colgadura de la Yglesia, un palio y un estandarte de seda, propio de la Cofradía de la Aurora, que se reclama por uno de sus individuos en el acto.

    Tres frontales negros. Dos mangas de cruz, blanco y negro de cubrir el ataúd. Dos andas, tres doseles, una peana, cinco frontales, seis varas de palio, un velador, una  vara de estandartes y tres alfombras usadas.

     El Coro de la iglesia del convento, a diferencia de otros muchos coros conventuales en los que casi nada quedó a aquellas alturas del siglo XIX, además de lo propio de este espacio, estaba enriquecido con retablos, reliquias e imágenes. Así se describió en aquel año de 1836:

     Un coro con dos rejas dobles, con un orden de sillería con antepecho, un facistol, otro pequeño de mano, un atril, un órgano con dos fuelles, dos retablos sin aras; en el principal, un escudo de madera con el nacimiento del Señor, de reliebe; tres reliquias con su urna, dos de madera y una de bronce; una efigie del Señor, otra de san José, cabeza, manos, pies y cruz de talla con ropage.

     En el otro retablo, Nuestra Señora de Desamparados, cabeza y manos de talla; tres imágenes, una de Nuestra Señora de las Angustias, en una urnita, y otra vajo un dosel, una alfombra, una efigie del Señor de talla, dos lamparitas de vidrio y un campanario con dos campanas.

     La ejecución del Inventario terminó cuando la priora hizo entrega de los bienes a los administradores de rentas reales y rentas estancadas, un momento ciertamente difícil para la comunidad religiosa:

     De cuyos únicos vienes pertenecientes a este ymbentario hace entrega la referida Madre Abadesa y me encargo yo, el expresado don Agustín de la Cortina, con la intervención de Gil López Belmonte, veinte y cuatro de marzo de mil ochocientos y treinta y seis.

     Acto seguido, el documento fue firmado por los tres asistentes, Agustín de la Cortina, Gil López y sor Basilisa de san Luis Mendoza.

         Un Inventario de bienes, institucional o particular, permite a quien lo lee situarse en un lugar y tiempo concretos, recorriendo, en este caso, un edificio prácticamente desaparecido (rehabilitado hoy como hotel donde se conservan algunas zonas antiguas) que permite su reconstrucción, y que gracias a los dibujos realizados por María Luisa Chico de Castro (Fundación García y Chico) nos ayuda a visualizar mejor aquellos espacios.

         Las Dominicas de Belmonte se instalaron, a finales del siglo XV, en aquel edificio cedido por el marqués de Villena, otrora Palacio o Alcázar viejo, y que mandase construir Don Juan Manuel. Allí llegaron desde su convento anterior, en La Alberca de Záncara. El documento más antiguo conservado en el Archivo Histórico de Cuenca de estas religiosas es del año 1411: una escritura de venta otorgada por la priora, sor Catalina Sánchez Manuel. Otros documentos relevantes son escrituras notariales de venta, censos, arrendamientos, testamentos, expedientes ejecutivos, apeos de tierras, inventarios y posesiones de bienes…

 

           Fotografías

           Con el fin de enriquecer la información que se aporta en este Inventario de bienes, se incluyen unas extraordinarias fotografías de la situación del convento en la década de los años 60-90 del siglo XX, que he conocido a posteriori. Estas imágenes pertenecen al Archivo Medina (Nicolás Medina Mantecón, Francisco Medina Hernández y José Luis Medina Hernández) y han sido cedidas amablemente por José Luis Medina Hernández, autor de algunas de ellas, según se indica en el pie de foto. 

 

        

Autora: Mª de la Almudena Serrano Mota, Directora.

Información práctica
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