El inicio del denominado solsticio de invierno es un momento atávico que ha atraído la atención del hombre desde sus orígenes, formando parte del universo cultural de la humanidad con muy diversas expresiones a lo largo de su historia. Aprovechando la llegada de este acontecimiento astronómico universal, dedicamos unas líneas a profundizar en la labor científica e investigadora que realizó el rey Alfonso X el Sabio, sobre todo en el campo de la astronomía, precisamente ahora que se cumplen los ocho siglos de su nacimiento en Toledo.
El origen de la astronomía va íntimamente ligado a la necesidad del ser humano, de conocer y pronosticar los fenómenos climáticos y por ende, de los ciclos que regulaban las actividades agrícolas en la antigüedad. Este conocimiento era buscado tanto por los habitantes de oriente como los de occidente, si bien las culturas egipcia y mesopotámica destacan por una incipiente astronomía que será estudiada y difundida por diversos autores, ya que también en nuestro país contamos con importantes astrónomos que nos aportarán grandes trabajos y logros científicos en esta rama del saber. Sabido es que en aquellos tiempos también se estudiaba y se creía firmemente en la astrología, buscando también una intención de prever lo que iba a ocurrir en el futuro, llegándose a mezclar el conocimiento astronómico con el astrológico, a veces tan íntimamente ligados.
Ya en la conocida escuela de Alejandría observaban las estrellas e interpretaban sus ubicaciones, movimientos y tamaños. Obligado sería recordar al célebre Hiparco de Nicea, astrónomo, geógrafo y matemático griego (190 a. C. – 120 a. C.) al cual debemos el primer catálogo de estrellas realizado, así como su aportación para que el día se dividiera en 24 horas y otros tantos descubrimientos astronómicos; y por otro lado a Ptolomeo el cual escribió el conocido Almagesto (conocido también como El gran tratado). Pero si en este año 2021 que estamos a punto de finalizar, hay que recordar a un importante astrónomo que además fue toledano, ese es Alfonso X el Sabio, rey castellano que nació en la ciudad del Tajo un 23 de noviembre de 1221, y que por méritos propios se convertiría en uno de los mecenas y defensores más importantes de la cultura y la ciencia de aquellos siglos.
Parece ser que Alfonso X había heredado su inquietud por la ciencia y el saber, a través de su madre Beatriz de Suabia. Son muy conocidos sus trabajos literarios y jurídicos, entre los que destacamos las famosas Cantigas de Santa María, una verdadera joya bibliográfica medieval, aunque hoy nos centraremos en su importante aportación a la astronomía y la astrología, ya que nos encontramos ante uno de los matemáticos y astrónomos más señalados de su tiempo.
Se decía hace siglos, quizá creando una crítica hacia nuestro rey toledano, que “mientras Alfonso contemplaba las cosas celestiales perdió las terrenas…”, argumentando que estuvo más tiempo pendiente de los astros y estrellas que de las cuestiones políticas y gubernativas. A Alfonso X debemos la promoción de las ciencias físicas y matemáticas, gracias a la traducción que realizó de diversos libros sobre estas cuestiones, los cuales permitieron estudiar y comprender estas ciencias a los que le siguieron. En Toledo el rey Alfonso aprendería estas ciencias entre otros, de los astrónomos Aben Raghel y Alquibicio, sus expertos maestros que le despertaron el interés y la pasión por la astronomía.
El lugar donde desarrollaría este conocimiento y estudio de los cielos y el firmamento, sería muy probablemente dentro de los conocidos como Palacios de Galiana, en el actual entorno del Museo de Santa Cruz y convento de concepcionistas, junto a la toledana plaza de Zocodover. Allí se congregarían algunos de los más importantes científicos del momento que serían llamados a Toledo para el estudio astronómico y astrológico y donde se confeccionarían las conocidas Tablas alfonsíes, libro redactado por Isaac ben Sid y Judah ben Moses entre 1263 y 1272 y en el que se recogieron una serie de tablas astronómicas, que mostraban las observaciones que se efectuaron tomando las coordenadas de la ciudad de Toledo, señalándose en ellas los movimientos de determinados cuerpos celestes y sus posiciones exactas con respecto a la tierra. El año en el que se tomaron las nuevas medidas que corregirían los datos de Azarquiel, fue el 1252, año de la coronación de Alfonso X. Recordemos que anteriormente a este rey, en Toledo se habían realizado otras observaciones en el siglo XI por diferentes astrónomos, como el citado toledano Azarquiel (Toledo, c. 1029-Sevilla, 1087) el cual inventó el astrolabio universal o azafea.
Uno de los objetivos claros de las Tablas alfonsíes era el conocer la posición del sol y de la luna, así como de los planetas que ya había descrito Ptolomeo siglos atrás. En las Tablas se intentó actualizar el conocimiento y las mediciones hechas por Ptolomeo, ajustándolas a las nuevas observaciones realizadas en Toledo, sirviendo de esa manera como base para los nuevos y futuros estudios astronómicos que quedaban por llegar. Una de las novedades que se introdujeron a raíz de las Tablas fue la unificación de los diferentes calendarios existentes entonces, tomándose la decisión de establecer el día 1 de enero como inicio del año natural. De hecho, el mismísimo Copérnico que establecería el sistema planetario heliocéntrico, estudió estas mismas Tablas.
Este documento fue la única obra astrológica de nuestro rey Alfonso X que llegaría a la imprenta ya en el Renacimiento, editándose por vez primera en Venecia en el año 1483. Se conserva un curioso ejemplar de las Tablas en la Biblioteca Nacional de España, el cual fue traído a la catedral de Toledo desde Italia por el cardenal Lorenzana a finales del siglo XVIII.
En el siglo XIX entre los fondos de la citada Biblioteca Nacional ya se encontraba un pequeño astrolabio árabe de 24 cm de diámetro, construido en Toledo por Alhakem Ibrahim Said Almuazeni Absahli en el año 1067, siendo esta pieza una muestra de que el estudio y análisis astronómico se venía practicando y realizando en Toledo al menos durante dos siglos antes de la época de Alfonso X, ya que los árabes fueron unos importantes científicos que profundizaron en nuestra ciudad el estudio de aquella incipiente astronomía. Rastreando las obras que el rey Alfonso nos legó para mayor conocimiento de los astros y las estrellas, encontramos los Libros del saber de astronomía, dividido en diez y seis partes, donde se explican cuestiones tan diversas como las observaciones astronómicas, los relojes solares, clepsidras y diversos tratados sobre la esfera o “alcora de los árabes”. Este libro sorprendentemente fue escrito en romance castellano y no en latín, que en aquella época era la lengua culta, lo que dificultó una más rápida y amplia difusión de aquella obra.
Entre los logros y aplicaciones que se consiguieron con los avances y estudios del rey sabio, tenemos por ejemplo el conocer en qué signo del zodíaco se encontraba el sol, conocer la duración del día y de la noche, conocer la altura del sol a mediodía, hallar la longitud de la sombra conociendo la altura del sol, etc. Buscando alguno de los diversos libros de carácter científico generados en la corte alfonsí, también encontramos el famoso Lapidario, un tratado médico y al mismo tiempo mágico, en el que se explicaban las propiedades de las piedras en relación con la astronomía, cuya continuación o ampliación fueron las Tablas del Lapidario.
Es muy satisfactorio poder celebrar el octavo centenario del nacimiento de tan insigne rey sabio que nació en una época en la que la ciencia era muy incipiente y en muchas ocasiones la magia y la alquimia, se confundían con la astrología, la adivinación y la astronomía.
De hecho, uno de los agradecimientos que la comunidad científica realizó a Alfonso X hace años, fue dedicarle un cráter en la luna al que se denominó Alphonsus Rex para luego quedarse solamente como Alphonsus, ubicado muy cerca de otro que también lleva el nombre de un astrólogo toledano: Azarquiel. No podemos olvidar que muchos de los logros y aportaciones científicas que Alfonso X y sus colaboradores realizaron hace ochocientos años en Toledo, tuvieron una repercusión y trayectoria científica tan importante, que varios siglos después aún se estudiaban y analizaban aquellos textos alfonsíes.
Bibliografía
- Alfonso X de Castilla. (1863). Libros del saber de Astronomía del Rey D. Alfonso X de Castilla. Compilados, anotados y comentados por don Manuel Rico y Sinobas. Madrid.
- Asimov, I. (1984). El universo (I). Madrid.
- Ibañez e Ibañez de Íbero, C. (1863). “El origen y progresos de los instrumentos de astronomía y geodesia”. Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Madrid.
- Calvo López, M. (2002). Azarquiel el astrónomo de Toledo.
- Calvo López, M. (1997-1998). "Cuando Toledo era Greenwich”. Tulaytula: Revista de la Asociación de Amigos del Toledo islámico, nº 1-2.
- Fernández-Ordoñez, I. (2020). Alfonso X el Sabio en el VIII Centenario.
- Llampayas, J. (1947). Alfonso X, el hombre, el rey, el sabio…
- Millás Vallicrosa, J. M. (1943). Estudios sobre Azarquiel. Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Instituto Miguel Asín. Madrid.
- Dorce Polo, C. (2006). Ptolomeo El astrónomo de los círculos.
Webgrafía
Cómo culturas celebraban el sosticio de invierno
Autor : José García Cano
Académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.