La prensa de entonces definió este acto como uno de los acontecimientos sociales más importantes de Guadalajara. Las tres personas encargadas de intervenir en él, Carlos Buero, hijo del gran Antonio Buero Vallejo, José María Bris, Alcalde de Guadalajara, y José Bono, Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla –La Mancha, no escatimaron en elogios acerca del nuevo teatro.

Si Carlos Buero expresó que su padre, más que estar agradecido a la ciudad por darle su nombre, lo estaría más por haber construido un teatro, José Bono señalaba a los vecinos de Guadalajara como los verdaderos propietarios del “Buero”. Por su parte, José María Bris destacó lo mucho que el Ayuntamiento de Guadalajara había luchado para hacer realidad este sueño y las numerosas dificultades encontradas en el camino. Y decía más: “Tenemos uno de los mejores teatros del país y ahora nos queda la responsabilidad de darle el contenido adecuado para conseguir la necesaria rentabilidad social”.

Efectivamente. Se nos planteaba el gran reto de dotar de contenido al Teatro Auditorio a través de una programación de calidad y atractiva al ciudadano. En esta década se ha trabajado muy duro para conseguirlo, pero hemos alcanzado esa meta. Se ha ido de menos a más, sin prisa pero sin pausa, y hoy podemos decir que el referente cultural por excelencia de los guadalajareños ha dejado de ser Madrid para ser su propia ciudad.

En este tiempo, se han desarrollado en el “Buero Vallejo” un millar de actos. Miles y miles de personas se han emocionado, divertido y cultivado en él. Hemos tenido la oportunidad de disfrutar de los mejores conciertos, de aclamadas obras de teatro, de grandes musicales, de magia… Pero además de su faceta escénica, el Teatro Auditorio fue concebido como un nuevo espacio cultural. De hecho, la Sala Tragaluz ha servido de altavoz para numerosos colectivos y asociaciones, y para profesionales y expertos de diversas áreas que han encontrado un él un magnífico foro para la difusión del conocimiento y el debate.

Este edificio vanguardista y de una exquisita coherencia interna ha sabido deslumbrar durante años por dentro –con su programación-, pero también por fuera, gracias a su espectacular diseño. Y ahora, en su décimo aniversario, podemos decir sin temor a equivocarnos que, como el buen vino, ha mejorado con el tiempo. El futuro al que se enfrenta es prometedor si se da continuidad a la línea de trabajo seguida en estos años, basada principalmente en programar pensando, en primer y en último lugar, en el ciudadano, su verdadero “dueño”.