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A comer, al Pozo de la Cañada! Dos infantas de paso por Albacete en 1765. Documento del mes de julio de 2021 en el Archivo Histórico Provincial de Albacete.

 

Pozo Cañada siempre ha aparecido en los mapas. Su presencia se debe a ser una villa caminera atravesada por una vía romana que le dio origen y es la justificación de su existencia. Pozo Cañada figura en los mapas más antiguos cuando ni siquiera se elaboraban en España, sino en Francia, y la distancia entre lugares no se medía en kilómetros sino en jornadas. Precisamente por hallarse a media jornada de Albacete, fue el lugar elegido para hacer un alto en el camino por la numerosa comitiva que acompañaba a la infanta de España y duquesa de la Gran Toscana, María Luisa de Borbón, hija del rey Carlos III, acompañada por la infanta, María Luisa de Parma, prometida del futuro Carlos IV, cuya boda tendría lugar ese mismo año. 

El día 19 de junio de 1765 se detenía el séquito real para comer en El Pozo de la Cañada –así se llamaba entonces-. La infanta viajaba desde Madrid a Cartagena para embarcar rumbo a Innsbruck (Austria), su lugar de destino, donde el 5 de agosto se celebrarían los esponsales con el archiduque Pedro Leopoldo de Habsburgo-Lorena, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. 
Por la planta de aposentamiento sabemos que el séquito real, incluidas las infantas, criados, cocineros, carruajeros, bagajeros, damas de compañía y demás necesitaban 248 camas para dormir y 653 pesebres para los animales de tiro, más las casas para acomodo de la Guardia de Corps y cinco compañías del Regimiento de Caballería de la Reina con sus oficiales y soldados.

Estos viajes se preparaban minuciosamente. Las villas y lugares donde descansaba la familia real debían arreglar las calles y los caminos por donde transitaban, abastecerse de toda clase de alimentos y cereal para las caballerías, alojarlos en sus casas y procurar el esparcimiento para amenizar sus estancias. 
Para asegurar el éxito de este viaje se nombró un comisionado real, don Marcos Mayoral, quien pasó a principios de junio por Murcia y Albacete para supervisar los “víveres de boca” y demás avituallamientos. En Pozo Cañada, donde llegarían a comer las infantas el día 19 de junio se ordenaba que estuvieran prestos estos víveres:
50 fanegas de pan blanco, 40 carneros, 30 cabritos, 30 corderos, 80 arrobas de vino de superior categoría, 4 vacas que se han de traer de Alcaraz, 6 terneras también de Alcaraz, 8 arrobas de tocino, tres docenas de jamones, 80 azumbres de leche, caza, cuanta se pueda, y han de salir cazadores tres días antes de la llegada de Su Alteza, 25 pavos, 150 gallinas, 80 pares de pollos y pollas, 100 pares de pichones, pesca, la que se pueda, 2 cargas de aceite, 2 de vinagre, 2 arrobas de manteca de puerco, 80 docenas de huevos, la mitad frescos, 6 arrobas de garbanzos, 6 arrobas de arroz, 8 cargas de verduras, 80 arrobas de nieve, 150 arrobas de carbón, 30 cargas de leña y 2.000 arrobas de paja para las bestias. 

De la lista de víveres lo más destacable es la abundancia, sobre todo en carnes y aves, la calidad del pan blanco y el vino y la variedad en comparación con la comida de las clases populares que sufrieron ese año de 1765 una hambruna terrible en Albacete debido a  factores como las malas cosechas – a causa de la sequía- el aumento de carreteros que transitaban por el camino real para surtir de cereal el pósito de Madrid y el almacén de San Clemente, a lo que se sumó el paso de la numerosa comitiva de la infanta a finales de junio, justo cuando el trigo es más caro, antes de la cosecha y cuando se están agotando las reservas del año anterior, y, sobre todo, la liberalización del precio de los cereales por decreto de 1765, medida que no produjo los efectos beneficiosos deseados, sino todo lo contrario. 

A la vuelta de la infanta de Parma, ya sola, prevista para el mes de julio, aunque luego se demorará hasta el 17 de agosto en que come en Pozo Cañada y duerme en Albacete, el acopio de “víveres de boca” todavía fue más difícil, pues no había día fijo de llegada, sino que debían estar atentos al aviso y provistos con la correspondiente comida, paja, cebada, vino y sobre todo nieve traída desde Alcaraz y Peñas de San Pedro. El calor reinante hizo que se enviaran a Pozo Cañada garrafas con que enfriar agua con nieve y elaborar limonada. La calle y la casa donde descansó la infanta se engalanaron cubriéndolas con toldos.
Fuera del lujo y del honor que puede apreciarse en el alojamiento de reyes y príncipes, para los municipios suponía un lastre que a veces no se compensaba con los beneficios obtenidos.

Por el celo que se detecta en el cumplimiento de las órdenes, las oligarquías locales serían las únicas que podían rentabilizar estas visitas en sus carreras políticas al tratar por unos días con la familia real y altos cargos del Estado. Los comerciantes incrementarían sus ingresos con los elevados gastos que ocasionaban cientos de cortesanos, mientras los sectores más pobres, aunque también ingresaban algunos reales por sus jornales en obras de mejora urbana, limpieza de calles y arreglo de caminos, por lo general, la padecían como ocurrió en aquellas fechas. 

En el colectivo imaginario permanece el haber tomado parte, aunque sea por unos días o unas horas, de la Historia, con mayúsculas, pero debemos contextualizar los hechos para no quedarnos en el oropel y la frivolidad de un viaje cortesano. 
 

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