Una de las preguntas más recurridas por los visitantes y turistas de Alcaraz, cuando ven las torres de la plaza Mayor, es por qué la del reloj se llama torre del Tardón. Las hipótesis que se han aventurado son muchas, pero ninguna podía ser demostrada documentalmente. Sin embargo, leyendo las actas del Archivo Municipal de Alcaraz he encontrado un documento que justifica más que sobradamente que a la torre se le llame del Tardón.
24 de agosto de 1769, San Bartolomé, fiesta de guardar. Ese día, como venía ocurriendo con frecuencia, el reloj de la torre de la plaza no dio la hora que avisaba de la misa de once. Esta misa era la más concurrida de Alcaraz, a ella acudían las autoridades, encabezadas por el corregidor, y, tras él, el séquito de regidores, oficiales y gentes del común. Un tercio de la población prefería esta misa, el resto se repartía entre las cinco iglesias de Alcaraz. La desproporción es evidente y con ella cierto rencor de los religiosos hacia la población civil.

El convento de Santo Domingo, que como sabemos estaba en la plaza Mayor, no tenía su acceso por la fachada principal, sino por la espalda. La lonja del convento, que daba a la plaza, era propiedad del Ayuntamiento, al igual que la torre del reloj, gemela de la de la Trinidad, pero más destacada en altura. Otra vez el poder civil superaba al religioso. Aunque fuera sutilmente, este detalle se entendía como todo un símbolo. Su reloj marcaba las horas de los hombres, frente a las campanas, que marcaban el tiempo de la oración. En la planta baja, una puerta de arco ojival daba acceso a la iglesia del convento, sobre ella destacaba el escudo municipal, toda una declaración de intenciones.

Este poder civil, representado por el concejo y regimiento, había llegado, hacía muchos años -siglos, más bien- a un acuerdo con los frailes para que todos los domingos y fiestas de guardar se dijera una misa de once en su iglesia, tocando, no las campanas del convento, sino la campana del reloj del concejo. A cambio los frailes habían recibido el agua -tan escasa en Alcaraz- dentro de su monasterio, a través de conductos subterráneos, una obra pública que se compensó con la cesión de esa misa “concejil”. De ahí que fuera la favorita de la población.
Sin embargo, aquel 24 de agosto, jueves, al igual que había ocurrido el domingo, día 20, la gente esperó la hora que no llegó. El reloj sonó a las diez, pero no a las once, habiendo pasado la aguja directamente a los tres cuartos de las doce. Los frailes no esperaron ni avisaron a nadie, celebrando la misa a su hora. Más de doscientas personas se quedaron sin el precepto dominical, entre ellas el corregidor, lo que causó “nota y escándalo” en Alcaraz.
Por estos hechos, las autoridades abrieron un expediente para averiguar la tardanza. Se requirió al relojero municipal, un oficio al que el concejo pagaba un sueldo anual por la importancia que tenía el control del tiempo para la población. Salvo los campesinos, que calculaban la hora por la posición del sol, pocas personas podían regir sus vidas si no oían el toque del reloj.
El relojero dijo que podría haber algunas causas mecánicas, como polvo o arena que se hubiera introducido en los muelles o en las ruedas. Para descartar o confirmar otras causas, puso la mano y su disparador en las once, dejándola caer para que diese esta hora, pero no levantó el disparador. Lo mismo repitió a las doce, a la una y a las dos, pero en ninguna ocasión funcionó. Después el procurador ordenó al relojero que levantase varias ruedas y pusiese el reloj en posición de dar las doce y quedase corriente, como lo había estado hasta las diez. Así lo hizo, y funcionó, lo que demostraba que el problema había sido culpa del relojero o de una tercera persona.
EL SABOTAJE DEL RELOJ
¿Quién podía acceder al reloj, aparte del relojero?
Solamente el convento, ya que tenía acceso directo a la lonja alta y desde allí a la puerta de la torre, cerrada con un candado por fuera del que había una única llave en poder del padre prior. Desde ese día se quitó el candado y se puso una cerradura con llave por dentro de la torre, que quedaría en poder del concejo (al igual que tenía la llave de la planta baja de la lonja), con el fin de impedir el acceso de los frailes, a los que se reprendió y se les advirtió de que, en caso de sucesivos retrasos, avisasen a las autoridades para que dispusiesen lo que conviniera, y que no empezaran nunca la misa de once si el reloj no había tocado, bajo amenaza de dar cuenta de los hechos al Provincial de la Orden y tomar las medidas oportunas.

En conclusión, creemos que este hecho, que parece anecdótico, pero que refleja las tensas relaciones entre el poder civil y religioso, tiene la suficiente entidad como para haber dado origen al apodo, con socarronería por parte del pueblo, de “el tardón”. El hecho debió quedar grabado en la memoria colectiva y transmitirse de forma oral, de generación en generación, pero - y esto es lo interesante- quedó recogido en las actas municipales. De ahí que lo hayamos rescatado y podamos disfrutar de esta historia con la que viajamos en el tiempo y conocemos las mentalidades pasadas.

Texto y fotografías (excepto donde se indique): Elvira Valero de la Rosa. Archivo Histórico Provincial de Albacete.