La educación patrimonial vertebra la creciente inquietud de la sociedad por comprender e identificarse con el legado, material e inmaterial, de las generaciones que nos precedieron. Los itinerarios patrimoniales son una buena forma de acompañar en este camino hacia la puesta en valor del acervo literario que ha quedado impreso en el urbanismo de nuestras poblaciones.
El Siglo de Oro sigue proyectando su genialidad en nuestro acontecer diario, toda vez que transitamos los senderos de las ciudades históricas de Castilla-La Mancha. Luminaria de original producción, varios son los literatos que jalonan los rincones de nuestra región. Un recorrido por los lugares que evocaron los versos de Bernardo de Balbuena en Ciudad Real, que fueron escenario de la fama de Garcilaso de la Vega en Toledo o del sentir Barroco de Cristóbal Lozano en Albacete, del Humanismo de Fray Luis de León en Cuenca o del espíritu renacentista de Luis Gálvez de Montalvo en Guadalajara.
Iniciemos nuestro camino por tierras conquenses. El monasterio de Uclés fue la postrera morada de uno los más renombrados poetas del siglo XV. Autor de las “Coplas a la muerte de su padre”, Jorge Manrique encarna el ideal de las armas y las letras, por su condición de caballero. Hijo de don Rodrigo Manrique, Gran Maestre de la Orden de Santiago, sus versos configuran el momento fundacional del Renacimiento regional. Autor de “Escala de Amor”, lleva a su máxima expresión el Amor Cortés, asimilando este sentimiento con la toma de una fortaleza. Jorge Manrique es el excelso exponente de la creatividad emanada del contexto nobiliario del periodo de los Reyes Católicos en el que nació y se formó. De su inagotable producción nos habla la anécdota de una copla póstuma custodiada por sus ropas mortuorias. Herido en el asalto al castillo de Garcimuñoz en 1479, podemos contemplar un monumento levantado en su honor en la plaza mayor de Santa María del Campo Rus.
Belmonte fue la cuna en 1527 del religioso agustino, poeta y teólogo Fray Luis de León. Su padre, Lope Ponce de León, ejercía como letrado en la Corte, razón por la que a los pocos años de su nacimiento el destino lo conducirá a establecerse en Madrid. Ya en tierras salmantinas, su traducción al castellano sin licencia de “El Cantar de los Cantares” lo llevaría a prisión a raíz de un proceso de delación inquisitorial. A su regreso a su cátedra en la Universidad de Salamanca, donde ejercía como profesor, pronunció la lapidaria frase “decíamos ayer…”. Fray Luis encarna la más acendrada filosofía del Humanismo, cultivando la poesía ascética moralizante y la prosa poética. Prueba de ello, han trascendido los límites del tiempo su “Perfecta casada” o “De los nombres de Cristo”. Madrigal de las Altas Torres consumiría en 1591 el último aliento del que hallara la dicha en la evasión de lo mundano. Beatus ille…

El mecenazgo cultural de los duques del Infantado acogió en Guadalajara a nuestro siguiente genio de las letras doradas. Luis Gálvez de Montalvo vio la luz en la capital de la provincia en 1546. La Corte de los Mendoza se había convertido en una suerte de Atenas alcarreña que atraía la producción literaria en pleno Renacimiento. Poeta en el género pastoril, alumbró “El Pastor de Filida” en el ámbito cortesano que pronto se convertiría en su fuente de inspiración. Su obra es referida en El Quijote y hasta el propio Lope ensalza sus virtudes literarias. Imbuido de los avatares históricos de aquel convulso siglo XVI, participó en la Revuelta de las Alpujarras y en la empresa naval de Lepanto, terminando sus días en el desembarco de Palermo en 1591.
Francisco de Quevedo y Villegas también se deleitaría del remanso de paz del Palacio ducal de Cogolludo en el trasiego de sus idas y venidas a la Villa y Corte de Felipe IV. ¿Qué rimas inspirarían aquellos recovecos de este otro gran palazzo de remembranzas florentinas? La Alcarria ha sido en diversos momentos de su historia escenario de ensoñación y creatividad para los grandes genios de la literatura universal.

Albacete es otro de los destinos literarios de este itinerario. Desde el siglo XV la provincia había sido prolija en Romances, pero será el 1600 el siglo de más duraderas resonancias en el campo de la creación literaria de la Edad Moderna.
En Hellín nacerían dos grandes escritores de este periodo: Cristóbal Lozano en el siglo XVII y Melchor Rafael de Macanaz en el XVIII. Pero centrémonos en el primero. Nacido en 1609, Cristóbal Lozano Sánchez personifica los ideales estéticos del Barroco desde una dimensión diversa: sacerdote, dramaturgo, narrador y poeta.
Se doctoró en Teología en la Universidad de Alcalá de Henares. Desempeñó una intensa misión religiosa en la región, en calidad de Comisario de la Santa Cruzada en su partido y villa natal. En la catedral de Toledo se le encomendó la curaduría de la Capilla de los Reyes Nuevos. Así mismo, había sido párroco de San Salvador de Lagartera en Toledo. Fue entonces cuando publicó en 1658 una de sus más famosas novelas, “Soledades de la vida y desengaños del mundo”. Esta obra trascenderá, sirviendo de inspiración al genio de José Zorrilla, Espronceda o Merimée. Durante su estancia en Murcia, como procurador fiscal de la Cámara Apostólica del Obispado de esta ciudad, compuso la trilogía sobre “David”. Lozano cultivó, además de la novela, la poesía lírica y la didáctica. En este ámbito, se forjó “El Buen Pastor”, dirigida a la formación del sacerdote. Aunque el ocaso de su vida tuvo como escenario Toledo en 1667, se encuentra sepultado en la iglesia del convento de los Padres Franciscanos de su Hellín natal.

Nuestros pasos nos conducen ahora a la provincia de Toledo. En las sinuosas callejuelas de la Toletum Primada deambulaba el gran Lope de Vega, quien residió en ella largas temporadas. Miguel de Cervantes conocería en Esquivias a su esposa Catalina de Palacios. Sin embargo, será un poeta soldado el que corone con los laureles de la gloria a la capital de la región.
Movido por el círculo humanista del Toledo que lo vio nacer con el albor del siglo XVI, Garcilaso de la Vega demostró un excepcional dominio de las lenguas romances y clásicas, introduciendo la métrica de Petrarca en la lírica castellana. Sus sonetos y églogas de corte neoplatónico cantan al amor y sus desvelos, con la naturaleza como trasunto de un sentimiento que florece sublime. Fue autor así mismo de canciones, elegías y odas que conectan con los grandes autores latinos. Conocido como el Inca, fue el artífice de los “Comentarios Reales” sobre este imperio precolombino.
De ascendencia noble, creció en el señorío de su padre en Cuerva. Como miembro de la Corte de Carlos I, participó en la expedición para liberar Rodas del sitio turco, junto a Juan Boscán, y de la mano del rey en la revuelta de las Comunidades en Olías del Rey. Por sus honorables servicios al monarca y sus vínculos familiares, el destino lo llevaría a un noviciado en Uclés, tras el cual recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Del mismo modo, coincidiendo con el nombramiento del monarca como emperador del Sacro Imperio Germánico, se desplazó en su séquito a la Italia Papal.
Casado con Elena de Zúñiga, residió en el área del toledano Convento de San Clemente, en la cercanía de la residencia familiar. Herido en el asalto a una fortaleza de la Provenza, moriría en Niza en 1536. Su cuerpo fue después trasladado a una capilla de la iglesia conventual de San Pedro Mártir en Toledo, donde descansa junto a su hijo. En la Plaza toledana de San Román se yergue con la gracia de su porte cortesano la escultura conmemorativa del célebre Garcilaso.

Para finalizar nuestro itinerario a través de los escenarios del Siglo de Oro en Castilla-La Mancha, recalaremos en la provincia de Ciudad Real. La conexión de Francisco de Quevedo y Villegas con su señorío en la Torre de Juan Abad y su enterramiento en Villanueva de los Infantes ya ha sido objeto de otros itinerarios literarios, por lo que en este caso nos centraremos en otra figura más desconocida de este periodo. Nos referimos a Bernardo de Balbuena.
Fue obispo en el Nuevo Mundo, como fray Bartolomé de las Casas, pero, a diferencia de éste, su ministerio lo llevaría a Las Antillas. Su amanecer a la vida aconteció en Valdepeñas en 1562. Según refiere Eusebio Vasco en su obra “Valdepeñeros Ilustres: apuntes biográficos” (1895), partió de su Mancha natal animado por los vínculos de su familia con América. Es así como el joven Bernardo viaja a la ciudad de Los Ángeles en Nueva España. Colegial en la recién fundada metrópoli mexicana, participó con éxito en justas poéticas en la frescura de la segunda década de su vida, apenas traspasada. Ordenado sacerdote, el Bachiller Balbuena prosiguió su formación en Teología en Sigüenza, donde se doctoró en 1607, un año después se publica su obra pastoril “Siglo de Oro en las selvas de Erífile”. Tras finalizar esta etapa en la que se vislumbraba ya una innata capacidad para el verso, continuaría un extraordinario cursus honorum eclesiástico en América, transitando de la dignidad abacial en Jamaica (1608-1620) a la sede episcopal de Puerto Rico (1620-1627).
Entre su producción literaria cabe reseñar “Grandeza Mejicana” (México, 1604), dirigida, en sus dos ediciones, al arzobispo de esta ciudad y al presidente del Consejo de Indias. Poema épico que ensalza una ciudad en expansión con un exquisito lirismo descriptivo. Otro excelso poema heroico es el que compone bajo el título “El Bernardo” o “Victoria de Roncesvalles” (Madrid, 1624), una epopeya en honor a la gesta de Bernardo del Carpio sobre las huestes carolingias.
En 1625 su residencia en Puerto Rico es saqueada e incendiada por los piratas holandeses, con la consiguiente pérdida de su ingente biblioteca. Tres años después de la muerte del poeta de Valdepeñas en 1627, en “El Laurel de Apolo” Lope de Vega refiere el triste ocaso del gran poeta a través de estas rimas:
Doctísimo Bernardo de Balbuena
tenías tú el cayado
de Puerto Rico
cuando el fiero Enrique, holandés rebelado,
robó tu librería,
pero tu ingenio no, que no podía
En el preludio de la “Grandeza Mejicana” Miguel Zaldierna menciona varios manuscritos sin publicar, concluyendo en su preámbulo con una potente loa en memoria de su nombre: y sepa el mundo ya quién es Balbuena.
Valdepeñas honra la memoria de Bernardo en su urbanismo, con una calle, una plaza y una escultura en el Paseo de la Estación, pero también con el nombre del instituto de enseñanza secundaria más antiguo de la población, en el que se conservan sendas obras, escultórica y pictórica, con su efigie.

Nos acercamos al final de esta reflexión con estas imágenes metafóricas que evocan la tierra anhelada de La Mancha. Extraídas de “El Bernardo”, bien podrían trasladarnos a un topos universal, que en nuestra región se convierte en realidad en múltiples escenarios:
De aquel valle amenísimo de peñas,
Que el claro Jabalón las verdes greñas
De rosas viste y de pintadas flores.
Los espacios habitados por los que paseamos en los pueblos y ciudades de La Mancha se hacen eco de la genialidad de estos creadores del Siglo de Oro. Sirva este alegato en favor de los itinerarios patrimoniales para poner en valor su impronta. Ésta se desprende de la bruma del tiempo para recobrar la luz que nos alumbra con su testimonio impreso en la palabra. Aquélla que baña con sus nombres la epidermis y profundiza hacia lo más profundo de la memoria colectiva, rescatando su legado de la procelosa tempestad del olvido.
Autora:Eva Mª Jesús Morales
Profesora Tutora en el Grado de Geografía e Historia de la UNED, Centro Asociado de Ciudad Real.
Licenciada en Historia y Graduada en Historia del Arte