Con este artículo continuamos un pequeño ciclo dedicado a la exposición temporal de la X Edición de los Premios y Muestra Mujeres en el Arte "Amalia Avia", organizada por el Instituto de la Mujer y que, con la colaboración de la viceconsejería de cultura, puede visitarse en nuestros museos a lo largo de varios meses.
La artista Ángeles Huertas, nos acerca a su particular visión del paisaje.
El paisaje es un espacio en constante cambio. Nunca estamos delante del mismo escenario, por lo que cada contemplación es una experiencia nueva. De ahí que sea tan estimulante registrarlo, deformarlo, imaginarlo o inventarlo. Se trata de entender el territorio y, a través, de él, comprendernos a nosotros mismos. Nuestro hábitat es un reflejo de cómo habitamos. ¿Quién es antes, el continente o el contenido? ¿Nosotros construimos el paisaje o el paisaje nos construye?
Supongo que se trata de ambas cosas. Por eso es un género tan abordado en la fotografía y en todas las artes. No hay mayor reto para el artista que embarcarse en una búsqueda que augura belleza, incertidumbre y reflexiones profundas sobre el ser humano. No obstante, como en el resto de los géneros, en el campo del paisaje fotográfico “casi todo está dicho”, lo cual no significa que no queden cosas por decir o territorios por explorar.
Mi acercamiento al arte es por puro divertimento y por una necesidad expresiva que me ha llevado a experimentar con la ilustración, el collage y, más recientemente, con la fotografía, disciplina que he tenido la suerte de estudiar en la Escuela de Arte y Superior de Diseño Antonio López García de Tomelloso, una escuela pública de mi localidad, algo que me llena de orgullo.
Considero que mis creaciones provienen de la observación y la interacción directa con el entorno, con el que aprendo y juego, tratando de comprender, con una idea sencilla, cuestiones más profundas. Me fascinan las historias nacidas de la huella que dejan las personas en los lugares que habitan o habitaron, señuelos a partir de los que crear impresiones reales o ficticias. En el ámbito fotográfico, me considero una recién nacida, pero mi estilo está próximo a la poesía visual, al surrealismo y al arte conceptual, tratando siempre de evocar, a través de los espacios u objetos que fotografío, problemas humanos de gran calado.
Feminista de sangre, muchas son mis referentes mujeres en el mundo del arte como Flor Garduño, Colita, Sophie Calle, Hannah Höch, Tamara Djurovic (h_y_u_r_o), Sheila Kruger, Noell Oszvald, Marisa Maestre, Nan Goldin, Duo Amazonas o Dafnetree, entre otras muchas. Una mención especial merecen Mila Vicente, Clara López Cantos, Ángela Carrasco, Davinia Fillol, Laura Camarón, Concha Espinosa, Ana Marchante y todas las artistas castellano-manchegas que han sido premiadas y/o seleccionadas en alguna de las convocatorias de la Muestra `Mujeres en el Arte´ Amalia Avia, que va ya por su décima edición y que está haciendo posible que nosotras ocupemos esos espacios, tangibles e intangibles, dentro del mundo del arte, que nos habían sido vedados durante cientos de años. A veces los lugares se antojan tan inaccesibles que, como el paisaje, hay que inventarlos simplemente para permitir que sean habitados.
Un lugar para sentarse es el título del trabajo por el que, precisamente, he sido seleccionada para la muestra de este año y que, actualmente se encuentra itinerando por distintos museos de Castilla – La Mancha.
Todo empezó con una regadera (sí, y prometo que la regadera no soy yo, pero casi). Una vieja y desgastada regadera color azul que, completamente abandonada en mitad de un campo seco y árido, parecía decirme “estoy aquí, ¿no me ves?, llevo mucho tiempo esperándote”. Me detuve durante varios minutos delante de aquella regadera, perfectamente colocada, en una posición tan digna que pareciera que alguien la hubiera apoyado en la tierra un momento, para continuar usándola unos segundos más tarde. Pero aquello no debió ocurrir y la regadera se quedó allí, congelada, como una estampa viva, en una quietud eterna, esperando que unos ojos la revivieran. Hasta el objeto más mundano parece un diamante en la inmensidad de la nada y aquella insignificante cosa, me pareció, por unos instantes, lo más bello que había visto nunca. Podría haberla cogido y utilizado para mi trabajo fotográfico, pero consideré que aquel objeto sagrado pertenecía ya al propio paisaje y yo no era quién para impedir que otros pudieran disfrutar de semejante espectáculo.
En cambio, esa experiencia visual me inspiró profundamente y creó en mi la necesidad de construir una imagen parecida, un paisaje inventado y, por qué no, ciertamente subversivo. La belleza no tiene por qué ofrecernos siempre comodidad, de hecho, es en la mirada incómoda en la que nos terminamos emocionando, la que nos lleva a reflexiones nuevas y de la que más, por tanto, aprendemos.
Pero tenía por delante un reto: si no era aquel, ¿qué objeto sería? Aquella silla vintage, procedente de un salón de peluquería y heredada de un viejo amigo, llevaba tiempo en el patio de mi casa. Mi gata la ocupaba cuan reina en su trono y allí se tiró largas tardes de verano. Desde que me acuerdo, he sentido especial atracción por las sillas y, muy especialmente, por las sillas vacías. Creo que en el breve tiempo que llevo dedicándome a la fotografía, he capturado cientos de ellas en imágenes. Hay algo en las sillas que me atrae inevitablemente y después de mucho reflexionar, supongo que es la idea de que su presencia sólo cobra sentido cuando alguien se sienta en ellas. ¿Para qué sirve una silla si no para sentarse? No es un objeto meramente decorativo, aunque algunos diseñadores o decoradores de interiores se puedan empeñar en ello. Una silla no es un florero ni un cenicero, no es un reloj de pared, ni siquiera es una alfombra. Una silla es un concepto que se completa cuando alguien o algo ocupa su asiento, mientras tanto, es un objeto mutilado. Una silla es siempre y, en esencia, un lugar para sentarse.
Por supuesto, no soy la primera ni la última que la ha colocado dentro de su obra. La historia del arte, especialmente, el arte contemporáneo, está repleto de ejemplos de artistas que han explorado e interpretado el concepto de la silla. Es casi ineludible acordarse de Joseph Kosuth, que dio al mundo una buena lección de arte conceptual con la obra titulada Una y tres sillas (1965). En ella aparece representada una silla en tres códigos diferentes: una fotografía, un texto escrito y un objeto real. Kosuth llama de ese modo la atención sobre un triple código de aproximación a la realidad: un código objetual, un código visual y un código verbal (referente, representación y lenguaje)1,2. Otros, en cambio, han recurrido a este objeto para llenarlo de humanidad y simbolismo. La silla (1888)3 del Vincent Van Gogh o la impactante instalación titulada 1550 sillas (2003)4 de la artista colombiana Doris Salcedo, son distintas maneras de emular el profundo vacío y desolación que a veces siente el ser humano.
Una vez elegido el objeto protagonista de la escena, había que elegir los escenarios. Los paisajes próximos a mi localidad, Tomelloso, en pleno corazón de La Mancha, son tan majestuosos como sombríos. La infinita y remota línea del horizonte hace que resulte un espacio absolutamente contemplativo, parece un escenario más próximo a la fantasía o al espejismo que a la realidad. Con poco que te adentres en ciertos caminos, se hace un sepulcral silencio, azota un viento fino siempre cargado de una bruma arenosa y tienes la sensación de estar entrando en Marte. Viñedos, olivares, campos de margaritas, pistacheros, tierras labradas y sin labrar, de arena seca o arcillosa, montones de cepas y escombros. Los escenarios empezaron a aflorar, mientras los recorría con la destartalada furgoneta de mi padre y la silla a cuestas en pleno mes de abril de 2022.
Fueron muchas las dificultades logísticas y técnicas, empezando porque decidí que la silla debía aparecer en las imágenes en idéntico tamaño, distancia con respecto al horizonte, temperatura de color, contraste, entre otros parámetros. Perfectamente, podría haberse confundido con una imagen creada con inteligencia artificial, de hecho, hubiera sido todo mucho más sencillo, los miles de arañazos en las piernas mientras me introducía entre los rastrojos, los perros de las fincas acechando advirtiendo mi presencia a sus mosqueados dueños, viendo cómo una sospechosa muchacha se metía en su trocito de tierra con una silla de salón de peluquería a cuestas… todo esto, obviamente, me lo hubiera ahorrado apretando un botón en Photoshop. Pero entonces, toda la magia que propone la realidad y el orgullo que regala el esfuerzo me los hubiera perdido también.
Un lugar para sentarse es la necesidad de romper el paisaje, de transgredirlo, al mismo tiempo que nos invita a jugar. Me interesa saber qué le pasa a la gente cuando observa esa silla en un lugar que le es ajeno. Estamos acostumbrados a sentarnos en espacios, más o menos cerrados o accesibles, son conceptos que tenemos almacenados en la memoria. Ver una silla en mitad de un trigal no es una imagen de la que guarde referencias, por tanto, ¿qué hago con esto? ¿qué significa para mí? ¿me atrae o me asusta? y, lo más interesante: ¿me sentaría en esa silla? ¿para qué? ¿con qué objetivo? Son algunas de las cuestiones que me he preguntado a mí misma realizando este trabajo y, desde luego, las que pretendo que se haga el espectador al colocarse frente a la obra. La idea de colocar la silla, el objeto real, delante de las fotografías, a modo de instalación, dentro de la galería o del museo, hace que el juego directamente se multiplique, dado que, al mismo tiempo que nos preguntamos qué hacer con la silla de las imágenes, nos vemos obligados a plantearnos eso mismo con la silla que tenemos ante nosotros.
El hecho de que la obra haya sido seleccionada como parte de la X Muestra Mujeres en el Arte Amalia Avia, ha sido un regalo y una oportunidad precisamente, no sólo para exhibirla, sino para poder poner en juego todas sus posibilidades. Es tremendamente reconfortante sentir que otros han podido emocionarse con reflexiones o necesidades expresivas que son tan íntimas y que ahora puedan colocarse frente a ella, haciendo de tus fantasías una realidad tangible.
Parafraseando a John Berger, la realidad no es algo dado: hay que buscarla continuamente, hay que agarrarla.5 Resulta tremendamente interesante la idea de parir una imagen que genere duda de veracidad, duda de existencia, sospecha.6 y eso es, en esencia, el propósito de este trabajo. La realidad a la que se refiere Berger, como el paisaje, se construye con la imaginación. Esto es simplemente un lugar para sentarse, ahora te toca a ti completar la obra imaginando qué harías en él.
Autora: Ángeles Huertas
Profesora de Educación Secundaria en Tomelloso / Ciudad Real
WEBGRAFÍA Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1 https://www.moma.org/collection/works/81435
2 https://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/one-and-three-chairs-tres-sillas
3 https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/vincent-van-gogh-van-gogh-s-chair
4 https://historia-arte.com/obras/1550-sillas
5 John Berger (2006). El sentido de la vista, Alianza Forma, 2ª edición.
6 Sylvain Campeu (1995). Paisajes hechos a medida, Photovisión, nº 27.
Maria el Mié, 11/09/2024 - 00:25
Extraordinario trabajo y maravillosamente explicado
Pedro Matamoro… el Mié, 11/09/2024 - 13:40
Impresionante obra y gran artículo. 👏👏👏
Carmen el Jue, 03/10/2024 - 12:15
Muchas Gracias por llevarnos a recordar nuestras vivencias... una regadera azul q tengo en la terraza, una silla construida por mi abuelo y recuperada por mí, entre otras muchas, fotografías, etc.
Me gustan las dos cosas, y su utilidad.